Me gustaría meter en la maleta la primera vez que escribo este poema 274.

Las palabras116 no salen solas. Uno empieza a escribir con un chispa que vislumbra esperando que el texto arda solo. Y pasan las horas147, las noches y hasta los meses, y el texto que a uno le temblaba en el pensamiento no consigue encenderse.

Y si acaso se enciende, hay que retirar las cenizas antes de presentarlo, limpiarlo a los ojos del mundo.

Pero todos los poemas tienen una trastienda, un almacén lóbrego y lleno de polvo, que corro a ocultar debajo de la primera alfombra que pillo.

Uno nunca escribe lo que quiere, lo que le gustaría; sino lo que puede, lo que se deja.

Tengo la suerte, de tanto en tanto, de que hay personas que me hablan sobre el blog. Entonces, inocentemente, me dicen «me ha gustado mucho tu último post» o «resultaba un poco tristón» o «tiene rimas aunque sea prosa».

Y yo hago como que sé de lo que me hablan. Pero lo que desconocen es que olvido todo lo que escribo 18. Creo que, precisamente, para eso lo escribo, para soltarlo, para sacarlo de dentro y verlo flotar alejándose.

Sea por una cosa o por otra, cuando me dicen inesperadamente, en alguna reunión de amigos, en algún evento al que acudo, que lea algo mío, algo que pueda recitar improvisadamente, siempre tengo que decir que no. Y aunque creen que mi actitud es modesta —o todo lo contrario—, lo que no saben es que tengo muchos problemas de memoria 157.