Lo que no se escribe es, dejando aparte la propia disolución de las conciencias, ignorando la voz interior que todo lo destroza o lo abrillanta, lo que más se necesita. Todo está siempre por decir.
Cuando se espera un grito o una lágrima, cuando se sueña con una voz suave, como resurgida de entre unas sábanas, que despierte aquel viejo estado de la paz de entrañas; cuando la música que interviene parece una catarata que se desploma hacia el mismo punto sin retorno, todo lo que no se escribe es lo que más se necesita.
Se enredan los flecos en la garganta, el murmullo de los otros produce taquicardias y un pensamiento se resiste a abandonar el límite entre la realidad y el deseo. Cuando uno echa hacia atrás el cuerpo y la memoria, cuando la saliva se torna inútil y pastosa, cuando duelen heridas que aún están escondidas en la punta de un cuchillo, entonces todo está siempre por decir y, al mismo tiempo, ya está dicho.
Así pues, se escriba lo que se escriba, lo que no se escribe es lo que más se necesita. Lo que más se necesita está por llegar y lo que está por llegar, no consigue alcanzarse con palabras. Porque todo está por decir, aquí sigo, ridículo, fabulándome la vida y la esperanza.
El poema de amor que nunca escribirás
Debería nombrar (debería intentarlo)
el afán hasta hoy por ti dilapidado
en perseguir amor, que quizá fuera tanto
como el afán de huir, fatigado hasta el asco,
de todas las trastiendas, repletas de fracasos,
que los cuerpos arrastran, y en que nos arrastramos.Debería acoger, dar lugar a unos labios
que nombraran sin fe, sólo de cuándo en cuándo
—por momentos, sinceros; por momentos, falsarios—
diálogos de alcoba que pareciesen tangos
(eso acaban por ser, o algo más triste acaso,
siempre que en la distancia solemos evocarlos):De esta vida tan sucia, de sus trabajos vanos,
me consuela, mi amor, el fingir, fabulando,
otra eterna contigo, cogidos de la mano.
Y habría de alojar dictámenes sagrados,
con los que, ya bebidos, tanto nos excitamos:
De entre todas las perras que en la noche he tratado,la más perra eres tú. Debería, malsano,
contener esas citas de los domingos vastos,
insulsas y festivas, amasadas de hartazgo,
en que la vida toda se obstina en maltratarnos,
con su aire de ramera experta en el contagio
del odio hacia la vida, del tedio y del cansancio.No podrían faltar los cuerpos del verano,
cuando la adolescencia ardía por el tacto,
en especial aquél de todo lo vedado.
Ni habría de omitir el vicio solitario,
por el amor perdido en inventar los rasgos
del amor, que, entretanto, no dormía a tu lado.Y en él habitarían con todo su sarcasmo
—al fin y al cabo son tristes muertos de antaño,
fragmentos de tu vida que salvas del naufragio—
las cartas sin respuesta; yesos aniversarios,
tiernamente ridículos después de celebrados,
que dejan en el alma aroma a mal teatro.Y los reproches mutuos, merecidos y agrios,
dirigidos al centro del dolor, como un dardo
con toda la miseria que acarrean los años.
El placer del acoso, cuando el amor intacto,
y cuando la ignorancia, ese bálsamo arcano,
no señalaba límites al indudable ocaso.El maldito poema tanto tiempo aplazado,
y que no escribirás, porque el tema es ingrato,
querría redimirte de todos tus letargos.
Una voz que te daña diría murmurando:
Del amor, amor mío, te quiero siempre esclavo,
para que tus palabras no tengan que inventarlo.Quien a ese poema de amor dilapidado
incauto se atreviera, sin calcular el daño,
amaría el amor, probablemente tanto
como el afán de huir, fatigado hasta el asco,
de todas las trastiendas, repletas de fracasos,
que los cuerpos arrastran, y en que nos arrastramos.(Carlos Marzal, El último de la fiesta, 1897)