Quisiera concertar para esta misma noche una cita contigo en mi memoria. Pongamos a las once, si no te importa venir cuando el resto del mundo me sobre y lo deje derretirse entre las sombras.
Digamos que a esa hora, propicia para la piel y los fantasmas, acudiremos con los ojos en silencio, armados con un corazón que palpite tan tenuemente como se nos han ido parando las alas de mariposa de aquel beso en el que resbalaba la primavera que me trajiste.
No temas, sólo quiero una cita discreta, acompañarte hacia la oscuridad del cine en el que mis labios te proyectan en sesión continua y, después, pero antes de que nos sorprenda de nuevo la claridad de la vida con sus títulos de crédito, recordar aquel abrazo estremecido que nos propinamos sin miedo y poder sentirte, otra vez, ardiendo aroma en mi mejilla.
Del olvido
Sé que es miedo, lo sé,
y también que no tiene base alguna,
si acaso tan mudables adornos,
tan débil aparejo,
aquél que sólo vale
como ancla de la muerte.
¿Cómo decir, ahora,
que temblaba de miedo
al medir el olvido?(Trinidad Gan, Fin de fuga, 2007)