Cuando intento en un poema pintar negra la puerta de una noche, desorbitar un recuerdo hasta que deje de dolerme y encerrar entre adjetivos el tumultuoso goteo de un instante de lágrimas, nadie me cree.
Entonces piensan, bah, poetas, mentidores, engañantes juguetones que siempre hablan a medias, que dicen nocturnamente no sé qué cosas que parecen bellas hasta que el día siguiente amanece y la vida las aplasta en su oquedad.
Nadie me cree triste porque me río en asonante, porque parece que en los poemas cualquier cosa cabe, porque los versos se tronchan en metáforas que no provocan incendios, ni pagan alquileres, ni te lavan la ropa.
Si escribiese aquí, qué sé yo, que te quiero, no me creerías, no me crees, no te llega, no impide que rueden tus lágrimas una a una, no calma al perro que te muerde en las noches de cristal, no libera el placer olvidado en el otro lado de la cama.
Porque parece que en los poemas cabe cualquier cosa que no pese, nadie me cree, nadie, como yo tampoco tendría que creer a nadie que me lea, a nadie a quien no le pese cualquier cosa de esas que todos tienen, miedo, amor, soledad, cansancio, y que nadie cree que me quepan a mí.
13
Los hay que mueren de silencio
de tragarse demasiadas palabras y del cólico fenomenal que sigue
y los hay que mueren por hablar demasiado
pues las paredes —al contrario que las tapias, que están sordas— oyen.Los hay que mueren de cansancio
de todo lo que hay que cambiar para que nada cambie
y hay quien muere de aburrimiento
en esta feria universal donde continuamente ocurren cosas
y nunca pasa nada.Hay quienes mueren de miedo
ante la mera sospecha de que podrían darse de bruces
con la verdad de sus actos
y hay a quienes les da tanto coraje
que alguien pudiera sospechar que hay una verdad tras sus actos
que sencillamente se mueren.Los hay que no mueren nunca
porque ya están muertos.(Jorge Riechmann, 27 maneras de responder a un golpe, 1993)