Sólo es un árbol quieto,

como todos los árboles. Cada año

lo circunda un nuevo anillo;

cada primavera, sus flores blancas

se despeñan hasta el suelo

en un último acto repetido

de belleza y brevedad.

Ancla sobre la tierra

no puede moverse con nosotros

que vamos viajando sin rumbo,

de sombra en sombra,

saltando de camino en camino,

intentando no llegar

a ningún sitio, esperando

que los puntos de partida

nos permitan regresar.

Movernos como un árbol,

estremecerse al viento,

quedarnos quietos y que alrededor

suceda el mundo.

Extraño viaje éste de amar a destiempo,

extraño destiempo el de nunca irse,

extraño irse sin haber llegado nunca.

Pero ahora… ¿qué hacer?

Si sólo es un árbol quieto habrá

que comerse las cerezas que le queden,

degustarlas de una en una,

añorar sus pétalos aquellos de nieve

y encender, cuando se seque,

con sus ramas melancólicas,

otro fuego que caliente

un invierno que nos espera.

Entretanto habrá

que dejarlo quieto, dormido,

como todos los árboles del invierno,

hasta la siguiente primavera,

cuando volvamos a pasar por aquí

yendo hacia ningún sitio.