Me quiero quitar del tabaco, pero me cuesta. No sé qué hacer con las manos y noto una especie de llamada interna, un ahogo inespecífico que me sacude los pulmones, cuando no tengo la cabeza ocupada. Me cuesta, pero voy a dejarlo.

También quiero dejar de comer, no del todo, pero sí entre horas; entre minutos, diría más bien. Comer lo justo para mi tipo de vida, pero me cuesta. A veces noto una ansiedad que me envenena, un deseo irrefrenable de frutas o de sal, una oquedad en el estómago que se expande al resto del cuerpo, como si tuviese un pie metido en el vértigo de estar al borde de un precipicio. Me cuesta, pero voy a dejarlo.

Quizás debería dejar de soñar, dejar de escribir bobadas en verso, coger la cuenta corriente por el haber y retorcerla hasta que suene a dinero. Cobrar los favores en carne y venderme bien, por lo menos, a mejor precio. Quizás debería también fabricarme un currículum a base de títulos inútiles o sacarme algún carnet de esos que luego te piden para ascender. Me costaría, puede que ya sea tarde, lo sé, pero también sé que si me empeño…

Entonces, mientras pienso en ello, te veo después de tanto tiempo y no sé qué hacer con las manos si te tengo cerca y noto una especie de llamada interna, un ahogo inespecífico que me sacude los pulmones, cuando me tienes ocupados los ojos y la cabeza.

Y noto una ansiedad que me envenena cuando estás sentada a mi lado y casi me rozas, siento un deseo irrefrenable de frutas o de sal, me oprime una oquedad en el estómago que se expande al resto del cuerpo, como si tuviese un pie metido en el vértigo de estar al borde de un precipicio.

Hay adicciones que no quiero dejar, ni siquiera en septiembre, que es cuando uno se propone todo lo que no consigue.