El viento frío y una lluvia inconstante hacían la noche muy desapacible, pero él no tenía más remedio que estar a la intemperie. Adentro no había cobertura y esperaba una llamada importante.

Dos bancos más allá, ella lloraba. Joven, bien vestida, sin maquillar. Bueno, más que llorar, contenía las lágrimas con resoplidos espesos que llenaban de vaho el contraluz de una farola lejana.

Él se acercó, por aburrimiento y porque no demasiado tiempo atrás estuvo sentado en ese mismo banco, conteniendo, quien sabe si las mismas lágrimas.

—¡Pícola bambina! Tu sei infortunatta, ¿certo? —le dijo al llegar a su altura. Se lo dijo en italiano porque… bueno, tonterías suyas, a veces las mujeres cuentan con mucha alegría que les «ha entrado» un italiano.

—¿Qué? —contestó ella, que no estaba para romanticismos ni para aprender idiomas.

—Digo que si estás triste, mozuela.

—Lo que tengo es un resfriado que no me aclaro —hizo una pausa mientras se daba en la nariz con un pañuelito de papel que arrugaba en la mano que escondía en el bolsillo—. A ver si viene ya el autobús, que me estoy quedando congelada.

—¡Ah, perdona! Entonces nada —dijo como retirada, como buscando un agujero por donde la tierra se lo tragara.

En ese momento, con un chirrido propio de maquinaria pesada, llegó el autobús a la parada y ella, sin mediar ninguna otra palabra, se subió en él. El vehículo salió a la vía, pero se detuvo en el semáforo rojo que había apenas a tres metros.

Él esperó en vano una mirada de la chica mientras notó que la lluvia se detenía y se echó hacia atrás la capucha. Pero sucedió verde, el autobús se fue alejando y ella no hizo ademán ninguno de mirar otra cosa que su móvil. Y arreció la lluvia.

Sintiéndose ridículo, se sentó debajo de la marquesina y no pudo más que acordarse de la canción: «Pero prendió el azar semáforos carmín, detuvo el autobús y el aguacero hasta que me miraste tú».

Es caprichoso el azar y siempre es el que tira los dados. Pero somos nosotros los que elegimos el número al que apostar. Y casi nunca sale siete.

Estaré

Estaré dilucidando nubes. Tratando de ponerle a mi corazón la mancha grande del amor. Llevándome en un saco la lluvia junto con mis lágrimas y los poemas que buscaban mi medida, la tuya, y están sentados al borde de la acera esperando que yo los recoja, que pueda sacarle a la vida la gran respuesta, el mensaje, la diferencia entre una vida y otra, entre un cielo y una tierra.

@(Gioconda Belli, El ojo de la mujer, 2007)