Allí estaba yo, sentado frente al infinito. Desgraciadamente no había ningún otro cliente y no pude echarle un vistazo al interviú.
Puede ver como infinitas veces, infinitos barberos me recortaban el pelo con infinitas tijeras. Todo era infinito, menos mi pelo, que va escaseando conforme la frente avanza.
Pero, al fijarme en la sensación infinita de los dos grandes espejos enfrentados, no pudo menos que sorprenderme la curva que realizaban las imágenes reflejadas. «El infinito se tuerce a la derecha», pensé.
Porque todo cambia y es difícil seguir recto, siempre recto. Todas las cosas se acaban torciendo. El infinito también.
Pero uno no se da cuenta sino al final, cuando volver a la trayectoria original es, si no imposible, completamente inútil.
Entretanto, parecemos seguir como siempre, caminando hacia el infinito de los espejos. Y más allá.
Digo esto pensando en que hay trayectorias que parece que nunca se encuentran pero, alguna vez, dejarán de ser paralelas. Por si acaso, recuerda que el infinito se tuerce a la derecha, al menos, cuando me corto el pelo.