Un abrazo propinado a destiempo, el lunar altivo de la mejilla, el mechón de pelo descolocado. Aquella sonrisa indefinida de la periodista mientras iniciaba su interrogatorio, la llamada a destiempo del hombre que vive detrás del teléfono.

Un silencio imprevisto después de la gran duda, el tono exasperante del taxista, la columna de humo en lontananza. El sonido equivocado de la campana que decora la noche. Un claxon que te saca en ámbar del quicio del semáforo verde.

El motorista que retuerce la cuesta, la gota que cae imparablemente desde el grifo hasta el fregadero. La hoja extrañamente perforada, la colilla absorta en el humo, los pezones agazapados de la mujer que se vierte húmeda sobre tus piernas.

Las luces del parque cansinamente amarillentas, las manos de los paseantes que no se engarzan para matar los anillos, la precipitación de la despedida como quien huye hacia adelante. El autobús que pasa de largo a la hora prevista y el hombre equivocado al que le sangra la nariz.

Mis pensamientos se desafinan, mis palabras suenan extrañas, el corazón no me encaja en su hueco. El habitante del espejo se desconoce, la casa cruje en medio de la noche y la canción que suena como sábana de hospital, termina antes de tiempo.

El hombre escribe versos perdidos, versos que saben a prosa mientras se va aprendiendo las sombras que le rodean. Pero algo falta, algo le falta, el cuadro no está bien pintado. Es todo tan normal, que no puede ser cierto.

Otro nocturno

La luna, como la esfera luminosa del reloj de un edificio público.
¡Faroles enfermos de ictericia! ¡Faroles con gorras de apache, que fuman un cigarrillo en las esquinas!
¡Canto humilde y humillado de los mingitorios cansados de cantar!;Y silencio de las estrellas, sobre el asfalto humedecido!
¿Por qué, a veces, sentiremos una tristeza parecida a la de un par de medias tirado en un rincón?, y ¿por qué, a veces, nos interesará tanto el partido de pelota que el eco de nuestros pasos juega en la pared?
Noches en las que nos disimulamos bajo la sombra de los árboles, de miedo de que las casas se despierten de pronto y nos vean pasar, y en las que el único consuelo es la seguridad de que nuestra cama nos espera, con las velas tendidas hacia un país mejor.

(Oliverio Girondo, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, 1922)

No se me importa un pito

No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar…

(Oliverio Girondo, Espantapájaros, 1932)