Dos números, un signo, una combinación, una señal, un enigma, una huella.

Podría ser una fecha, un día de diciembre repetitivo en que el azar tiene preparado algún capricho. Azul, gris o marengo, un día como cualquier otro o uno especialmente señalado para un logro, para una cita, para un concierto o para una despedida.

Una hora del día o de la noche, un minuto concreto, un instante de esos a los que soy adicto. Quien sabe si para disfrutar de él o para sufrirlo. Los minutos no nacen con destino asignado, no tienen pasaporte ni uniforme, es uno mismo quien los rellena.

Para aquellos que sepan inglés, también se llama así un año, el próximo, es que está por llegar para olvidar el viejo. Un punto de partida o, toquemos madera, uno de llegada.

¿Qué si sufre el corazón?… El joven envuelto en su lenguaje de adornar las desgracias puso en marcha el aparatito, sonaron a metal todos los latidos y tapizaron la noche con una música especial.

Cuando salió el papelito de la máquina, temí por un momento que saliese en él escrita una lista de nombres y apellidos. Afortunadamente, la ciencia no ha llegado tan adentro del corazón y aún quedan lugares a salvo de los testigos.

«No, parece que no ha sufrido», me dijo ella más tarde, «todo bien, puede estar tranquilo». Y yo me eché hacia atrás y me estiré pensando que, los ojos más dulces de la tierra, siempre se me acercan vestidos de blanco.