Tengo las manos pequeñas, con falanges cortas y una breve capa de vello que apenas se divisa ya entre los nudillos.
Cuando las cierro, mi puño es minúsculo. Posiblemente, como decían cansinamente los libros de texto de cuando era niño en tardes que recuerdo somnolientas, minúsculo sea por eso el tamaño de mi corazón.
Me cuesta abrir los botes de cristal, apretar las tuercas y atornillar los clavitos esos que van peinados con la raya en medio. No consigo sujetar una moneda entre los dedos sin que se note que la llevo y cualquier llave me doblega enseguida si se me cruza en el camino algún problema de goznes o de cerraduras.
Mis manos se me rebelaron ya desde muy niño. Dedos cortos para tocar la guitarra, demasiado gruesos para los trucos de naipes. Muy sudorosas para pasear agarrado, excesivamente ásperas para materiales sensibles, inseguras contra el frío y débiles para proteger contra el mundo.
Hubo un tiempo en que decidieron perder el tacto. Las cosas más importantes se me caían de las manos porque siempre tuve miedo de apretar más de la cuenta. No podía mostrarlas en público y desde entonces arrastro esta manía de ponerlas a jugar al escondite con los bolsillos.
Y sin embargo, antiguas enemigas, se vuelcan ahora en las teclas como si pudieran cambiar mi destino, como si rebuscaran contraseñas que me abran las puertas de otra vida. Acarician estas palabras sin tinta como si alguien, al otro lado, estuviera colgando en ellas una vida.
Él las tiene hermosas, elegantes, jóvenes. Las vio, años después, en una fotocopia de esas que se hacen por curiosidad y las reconoció enseguida. Manos de dedos largos y rasgos suaves, de palmas abiertas al futuro y sin miedo escrito en la línea del corazón.
Yo no reconocería mis manos antiguas, ya no. Ni ayuda la vista cansada, ni el paso del tiempo respeta nada. Pero aun así, todavía espero que mis manos, antes de que el fragor de los teclados les borre las huellas para siempre, encuentren una memoria amiga en donde guarecerse.
Que mi mano encuentre una caligrafía en la que posarse suavemente, que halle un tiempo en el que desplegarse al calor de los días y que, cuando la vida nos arrincone contra las tablas y nos apriete los puños manchados de soledad, la salve otra mano que la recuerde entera, abierta, desnuda.
Desnuda
Desnuda eres tan simple como una de tus manos:
lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente.
Tienes líneas de luna, caminos de manzana.
Desnuda eres delgada como el trigo desnudo.Desnuda eres azul como la noche en Cuba:
tienes enredaderas y estrellas en el pelo.
Desnuda eres redonda y amarilla
como el verano en una iglesia de oro.Desnuda eres pequeña como una de tus uñas:
curva, sutil, rosada hasta que nace el día
y te metes en el subterráneo del mundocomo en un largo túnel de trajes y trabajos:
tu claridad se apaga, se viste, se deshoja
y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.(Pablo Neruda)