Nadie vive en eso que llamamos mundo. Nos engañan los sentidos y la piel, este traje de buzo expuesto a la intemperie, que nos separa a unos de otros.
Parece que ésta es la sombra de un árbol, que aquello que suena es un río, que esto que me envenena la sangre cuando lo acaricio es tu piel. Pero uno solo vive y vive solo en este universo indivisible que hay por dentro de la cabeza.
Nadie es libre. Nos engaña la terminología y nos mentimos para consolarnos, creyendo que podemos ser de un modo o de otro, que tenemos algún poder sobre los otros, que dominamos el mundo.
Pero nadie es libre para elegir las cosas que le hieren, aunque después uno sepa adivinar que le herirán. Que puedas decir adiós no significa que alguien pueda escoger ese otro alguien de quien enamorarse. Nadie decide qué cosas le gustan ni cuáles odia, ni por qué.
Encerrados en nuestra biología, encadenados a los designios de la química fugaz, llamamos vida, amor, sueño o ternura, a ese milagro que sucede cuando, por un gesto, por una palabra, por una caricia, parecemos salir de nuestro cuerpo y ser comprendidos, entrar en otro ser humano y comprender, comprobar que por sus adentros sucede lo mismo que en los nuestros.
Si no me comprendes del todo, si crees que yo te comprendo sólo un poco y eso te turba y te hace derramarte hasta la decepción, deberías saber que no eres libre, que nadie elige lo que detesta, que se llora lo que se llora, que se presiente lo que se presiente sin razón aparente y sin necesidad de que todo tenga sentido.
No obstante, encerrados en nuestra psique y encadenados a las células, lo que sí podemos elegir es un consuelo. A mí me consuela, del milagro de entenderte sólo un poco, saber que no hay nada grande en este mundo ni en ningún otro, que no empezara siendo pequeño.
Lo malo es que ni siquiera somos libres para crecer, mucho menos para hacerlo al mismo tiempo. Sólo nos queda la palabra y este corazón defectuoso que traemos por defecto.
Aire libre
Si algo me gusta, es vivir.
Ver mi cuerpo en la calle,
hablar contigo como un camarada,
mirar escaparates
y, sobre todo, sonreír de lejos
a los árboles…También me gustan los camiones grises
y muchísimo más los elefantes.
Besar tus pechos,
echarme en tu regazo y despeinarte,
tragar agua de mar como cerveza
amarga, espumeante.Todo lo que sea salir
de casa, estornudar de tarde en tarde,
escupir contra el cielo de los tundras
y las medallas de los similares,
salir
de esta espaciosa y triste cárcel,
aligerar los ríos y los soles,
salir, salir al aire libre, al aire.(Blas de Otero)