Apenas me quedan vagas ideas palabras sueltas o rimas de lo que tanto tiempo me rondó la mente.

También olvido siempre el argumento de las películas, el título de los libros, el color de los amaneceres y la letra de las canciones. Incluso, a veces olvido la música, el ritmo, los nombres de la cosas y si tengo pantalones que ponerme.

Olvido a la gente y, con ella, todo lo que les apetece decirme, aunque suelo recordar que dolía o que gozaba con aquel sonido. El cerebro nos engaña y nos protege, y olvidamos con un placer selectivo.

A veces, se me olvida lo que he dicho, que estoy despierto, que tengo miedo o que el semáforo ya está verde. Pasado y presente se me olvidan continuamente, sin descanso, sin rescate y sin previo aviso. Olvido todo lo que escribo.

Pero lo que no olvidaré nunca son las palabras que tengo pendientes y las que tú aún no me has dicho. Porque yo sólo olvido pasado y presente; pero el futuro que deseo, y que recreo, ese que empieza ahora mismo, lo recuerdo a todas horas perfectamente.

Toda historia

Toda historia es simple y se me olvida.
Quizá me fui a tomar café, quizá la amaba
y me perdí entre jardines de piernas esmaltadas
que fueron juncos trenzados de palabras
y después retama que mi lengua de trapo
había hecho trizas. Quizá fue el amor,
quizá el café, tal vez la noche. El recinto
sin madrugadas, con sangre y lunas rotas,
el recinto, el barranco de dientes oxidados
o el valle de hojas de afeitar dulcísimas
no hería o no existía. Quizá fue el café
o fueron sus piernas, o quizá la amaba.
Toda historia es simple y se me olvida
en las axilas de mi ciudad tristísima.
Sabedlo ya: mis ojos no se acuerdan de qué miran.

(Santiago Montobbio, Poemas sueltos)