Se sienta en el patio y fuma. Recoge las hojas con la vista que deja perdida en un punto indeterminado de la verja que le separa del mundo. Quizás el mismo punto en el que se le pierden los pensamientos.
No puede estarse quieto. Al cabo de un rato cambia de postura y de cigarro. Sigue fumando, sigue buscando, sigue perdido. A veces recuerda indeciso y, de tanto en tanto, decide olvidando lo ya decidido.
El dolor le aprieta los párpados en el último humo del cigarro. Ahora toca cumplir con la esclavitud de las piedras y sube renqueando al asiento de las torturas. Un rayo, un chorro, un suspiro después, vuelve sobre sus pasos.
Se sienta en el patio y fuma. No puede estarse quieto, ni puede moverse. Y aunque parece dormido, sigue despierto, perdido en el mismo punto cuando llega la noche y San Nolotil le toma la mano y le dice al oído: «Tienes que dormir un rato».
Y su insomnio sueña que está fumando en el patio.