Yo no escribo poemas. Son los demás los que otorgan el título de poema a los cuatro renglones que emborrono en un acto que suele ser de amor, pero propio.

Son los amigos los que mienten cuando dicen que soy buena persona si observan que hay alguien que demuestra interés y pulula a mi alrededor. En eso consiste ser amigo, en mentirte. Quizás me venden porque yo no sé venderme, quizás es que al venderme caro, ellos también se venden mejor. El caso es que me mienten tanto, que al final, siempre soy yo el que me compro.

Porque no soy guapo, pero me mienten. Me lo dicen muchas veces, tantas que se gasta la palabra mentira y se queda transparente, como un visillo que permite ver y no ser visto. No soy guapo, pero me mienten y al mentirme me levantan la vanidad, para que con la vanidad erecta pueda mentirles yo todavía más, mejor, más profundamente.

Miento cuando sentencio lo que haría si estuviese en tu pellejo, porque sé que tu piel y la mía siempre nos separan hasta un tú de distancia. Miento cuando finjo saber cosas que no sé, cuando estudio lo imprevisto como un teorema y lo abordo como un pliego de descargo.

Miento cuando escribo, no porque teclee mentiras, que también, sino porque te dejo creer que es lo que yo creo. Porque te dejo pensar que eso que receto es lo que yo pienso, porque te dejo sentir que en mis versos palpita lo que yo siento, he sentido o sentiré.

Este es mi oficio, el más antiguo del mundo, el oficio de mentirte. El otro oficio más antiguo también lo practico y me descubro todos los días vendiéndome por un halago, por una cita, por una llamada, por un beso… Extrañado, pero contento, de saber que hay quienes me compran, aunque sea a bajo precio.

Ser un impostor es mi profesión y a ella le dedico muchas horas al día, todos los días. Pero de entre todas las formas posibles de impostura, prefiero mentirte en verso, porque es más efectivo el resultado, porque es más duradero el efecto, porque es más inocua la cura.

Así que, de tanto en tanto, intento mentirte un poema. Pero, como ya he dicho al principio, yo no escribo poemas, sino que eres tú quien, cómplice y público a la vez, me engañas mientras te embauco, me seduces mientras te traiciono, me estafas mientras te timo.

Aunque amo este oficio de mentirte. Porque yo necesito mentirte, tanto como dudar o perder la cabeza en un sueño. Adoro este acto de mentirte, este oficio más antiguo del mundo, que me permite ser otro; otro mejor, según se mire, otro distinto, para no aburrirte, otro diferente, para no ser confundido con los demás.

Necesito mentirte porque tú y yo sabemos que, a este lado de la física cuántica, la verdad no existe. La verdad no existe, sólo es otra apariencia de la mentira, la necesidad neurológica de encontrar explicaciones, la rebelión imparable de las paradojas contra sí mismas.

La verdad no existe. Ni tan siquiera es verdad que te mienta; y quizás no existas y yo lleve ¡tanto tiempo ya!, equivocado o no, mintiéndole al aire.

Por cuatro poemas

¿Qué sabrán de nosotros? La noche interminable que ardía como un rito…
LUIS GARCÍA MONTERO

Porque las mariposas no existen
para ser observadas en los museos,
el error ya está cometido,
dosificado con pronombres y con verbos
del idioma común que tienen los sueños
imposibles e indefinidos.

Pero el error ya está cometido,
los culpables ocupando su propia jaula,
el tiempo tiene preparada su condena
y su veredicto de lágrimas.

Por cuatro poemas que escribo
no podrás decirle a la memoria del futuro
que te he querido,
porque no se inventaron los poemas
para que yo te amara.

O tal vez sí. Quizás me sirva esa mentira
como punto de fuga o de partida
sobre el itinerario recorrido.

Porque diga lo que diga el poeta,
el amor no es el género literario evidente
de los cuatro poemas que escribo,
sino este error tan común y tan corriente,
tan inquietante, tan inexistente,
tan sin cuerpo de delito.

@(Francisco Pérez, Por cuatro poemas)