¿Y si detrás de la palabras no hubiese

más que aire? ¿Y si las palabras no fueran barcos,

si no pudieran morder más que un trozo de idioma?

Si todo fuese sudor, dolor, espanto,

realidad que se escancia y se pudre,

tiempo de marionetas que pasa inerte,

nos moriríamos lentamente de desencanto,

nos fallaría la respiración de tanto aire

desperdiciado, caeríamos redondos

ante el ataque de algún pensamiento perdido.

Si detrás de la palabras no hubiese nada,

moriríamos de amor. Moriríamos literalmente

de un amor inútil como se mueren los pájaros

en las jaulas, nos rezumaría el olvido de los peces,

moriríamos hastiados de deseo contenido,

por explosiones de alegría sin salida

o nos quedaríamos rotos, llenos de las telarañas

de cada tristeza sin lágrimas que nos arrollara.

Yo amo las palabras porque todo lo que tengo

son palabras, todo lo que me llevo, todo

lo que me cura o me envenena, todo, son palabras.

Porque los hechos duran un segundo

y el viento se los lleva, la realidad

está hecha con las alas de un colibrí,

el presente es una muralla que nadie sabe atravesar.

Tu piel me dura apenas un roce, tus besos

miden un suspiro, tus ojos me seducen una décima,

la felicidad no puede escapar de un ahora

y todo aquello que no transforma en palabras

la memoria, se escapa y se olvida.

Pero yo amo las palabras como si todo estuviera

por detrás de ellas, como amo a las sombras

más profundamente que a las vísceras,

porque son las palabras las que aman por mí.

Ojalá las palabras fuesen barcos que buscan puerto,

espero que pueden morder más que un trozo de tu idioma,

ojalá no vinieran esos días en que me voy muriendo

con el hambre feroz del vacío, con esta sed

del desencanto y la asfixia del aire

con el que pronuncio el miedo

de que no haya nadie detrás de tu nombre.

El amor

Las palabras son barcos
y se pierden así, de boca en boca,
como de niebla en niebla.
Llevan su mercancía por las conversaciones
sin encontrar un puerto,
la noche que les pese igual que un ancla.

Deben acostumbrarse a envejecer
y vivir con paciencia de madera
usada por las olas,
irse descomponiendo, dañarse lentamente,
hasta que a la bodega rutinaria
llegue el mar y las hunda.

Porque la vida entra en las palabras
como el mar en un barco,
cubre de tiempo el nombre de las cosas
y lleva a la raíz de un adjetivo
el cielo de una fecha,
el balcón de una casa,
la luz de una ciudad reflejada en un río.

Por eso, niebla a niebla,
cuando el amor invade las palabras,
golpea sus paredes, marca en ellas
los signos de una historia personal
y deja en el pasado de los vocabularios
sensaciones de frío y de calor,
noches que son la noche,
mares que son el mar,
solitarios paseos con extensión de frase
y trenes detenidos y canciones.

Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,
acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma.

@(Luís García Montero)