Hay que cansarse de ver la vida como si fuese el cine para empezar a ver el cine como si fuese la vida, la misma vida que pasa por delante de los ojos y se estremece al tacto y suena al fondo como un ruido inacabable.
Hay que cansarse de ver la vida como si fuese el cine, dejar de buscar el gran diálogo, no empeñarse en la palabra perfecta, olvidar los primeros planos y sentirse, sencillamente, parte del paisaje de los otros.
Cambiar el guion es una simple cuestión de forma, hay que dejarse de encuadres exactos y ponerse a devenir en cada secuencia como uno es, sin maquillaje, sin armadura, sin contorsionar el espíritu y permitir que se salga del centro de gravedad de una vida para rellenarla a lo ancho y a lo estrecho.
Pasamos, como en una secuencia improvisada, del estrellato al documental, en cuanto nos quitamos los zapatos y nuestros huesos van a parar al sofá con un golpe sordo que nadie escucha. Hay que despojarse del atrezo, simplificar el vestuario y vivir cada escena única como si no existiese nadie más, como si el resto de los actores no acudieran a su cita puntual del teléfono.
Otro año más, otro viaje al centro del escenario. Aquí dejo otro nuevo paso de puntillas por la pantalla, otra breve conversación intrascendente que se convierte en el centro del laberinto.
Cuando yo le dije, apenas fumado y mojado, que había sitios en donde se llamaba orbayu, ella me dijo despreocupadamente que aquí siempre se había llamado calatontos.
Tenía razón, toda la razón, porque sólo los tontos nos calamos. Y aunque ambos nos referíamos a ese agua dispersa que cae mansamente y sin alboroto sobre los bordes del otoño, ahora sé que estábamos hablando esa forma tímida e insulsa de la tristeza que, allí y aquí, todos llamamos música, cine, melancolía o soledad.
Invocación
Que no crezca jamás en mis entrañas
esa calma aparente llamada escepticismo.
Huya yo del resabio,
del cinismo,
de la imparcialidad de hombros encogidos.
Crea yo siempre en la vida
crea yo siempre
en las mil infinitas posibilidades.
Engáñenme los cantos de sirenas
tenga mi alma siempre un pellizco de ingenua.
Que nunca se parezca mi epidermis
a la piel de un paquidermo inconmovible,
helado.
Llore yo todavía
por sueños imposibles
por amores prohibidos
por fantasías de niña hechas añicos.
Huya yo del realismo encorsetado.
Consérvense en mis labios las canciones,
muchas y muy ruidosas y con muchos acordes.Por si vinieran tiempos de silencio.
@(Raquel Lanseros, Diario de un destello, 2006)