Podría haber pasado de largo por la página, haberles dado un enjuagón a las letras antes de colocarlas en este tendedero. Haber dormido la idea antes de ensuciarla con palabras.

Me gusta escribir, pero sabes que a veces me enfrento a los rectángulos con miedo de sus esquinas, con demasiada precaución de vértices. El asunto de ir alineando los renglones poco a poco, puede volverse trabajoso cuando los sinónimos se traban y los adjetivos se quedan pálidos en mitad de una frase.

No siempre estoy contento con lo que aquí dejo. A menudo siento la tentación de cambiar las rimas, los adverbios o los predicados. Aunque nunca cambiaría los pronombres, tú lo sabes.

Raramente consigo decir lo que quiero, sólo soy capaz de expresar lo que me dejo, lo que me asalta en ese maravilloso y grotesco momento de sentarme a hablar con nadie de mis nadas.

Pero… ¿Y si pasas por aquí y no me encuentras, ni te encuentro? ¿Y si no tiene recompensa tu esfuerzo de abrir los ojos para mí y hacer que exista durante un momento para ti?

Por eso esta noche he vencido la tentación del cansancio, el cansancio del desvelo y el desvelo de la vanidad, para dejarme escrito en este texto, tan feo y tan estático como yo mismo, para así intentar corresponder a tu amabilidad.

Por si pasas por aquí antes de acostarte, quisiera que no te fueras de vacío y me encontraras en este minuto y medio de teclas en el que los dos existimos el uno para el otro.

Lo que quiero decir es que hay una parte de la literatura que se parece al amor. Como hay una parte del amor que siempre nos parece literatura.

El amor es un género literario

(que le da sentido a la vida y a la literatura)

¿Qué recuerdo de ti?
La noche inevitable que arde como un rito,
la norma temeraria de castigar los límites
y el negro maltratado de tus ojos.

¿Qué recuerdas de mí?
La noche inevitable que arde como un rito,
la norma temeraria de castigar los límites
y el negro maltratado de mis ojos.

¿Qué sabrán de nosotros?
La noche interminable que ardía como un rito,
la norma temeraria de castigar los límites
y el negro maltratado de los ojos.

(Luís García Montero, Un invierno propio, 2011)