Los días más claros que uno vive también albergan alguna sombra. Nacen con un cierto desdén por el mes en curso, son hijos de una primavera atrasada de la que reniegan y se rebelan contra el alma blanca y negra de las fichas de dominó.
Entonces uno pasea o se agita, discute ferozmente o se lanza sobre un cuerpo desnudo que forma con los relojes un ovillo tan difícil de deshacer como la sombra.
Se escucha, también en los días claros, el sonido de un coche equivocado, el de unos pasos que se alejan lentamente, el ruido indivisible de una escalera por la que se vuelve pensando si traemos en las manos aquello que nos impulsó a bajarla.
Por eso es prudente esperarlos, para cuando vienen, con la alegría inconsciente de las gafas de sol, para que esos días, los más claros que uno vive, no nos deslumbren el corazón ni nos dejen los ojos doloridos de tanto apretarlos contra el mismo pasado que nunca vuelve.
Poemas de unidad
20
A veces comprendemos algo
entre la noche y la noche.
Nos vemos de pronto parados debajo de una torre
tan fina como el signo del adiós
y nos pesa sobre todo desconocer si lo que no sabemos
es adónde ir o adónde regresar.
Nos duele la forma más íntima del tiempo:
el secreto de no amar lo que amamos.Una oscura prisa,
un contagio de ala
nos alumbra una ausencia desmedidamente nuestra.
Comprendemos entonces
que hay sitios sin luz, ni oscuridad, ni meditaciones,
espacios libres
donde podríamos no estar ausentes.@(Roberto Juarroz, Tercera poesía vertical, 1965)