Cualquier día es bueno para empezar con la caligrafía de los deseos. Quiero escribirte en la piel, lentamente, palabras inmensas con los dedos y repasarlas después con la lengua antes de que produzcan ningún efecto.

Hacer fu(1) muy bajito y de cabeza(2), como un suspiro que se deja rodar por el cuello. Y caerme hacia el desfiladero en el que se hunden todos tus colgantes. Perderme en él resbalando, agarrarme a sus asideros con los labios y seguir hasta el llano que contiene el centro del universo.

Despertar al chuxi(3) con tu fiesta de faroles que me miran, esperar que aparezcan los dragones mientras tus muslos se abren como una flor que va al encuentro del lichun(4).

Y entonces entregarme a tu sobre rojo. Ese que, cuando gime, siempre nos saca del invierno hacia la primavera de los dragones.

(1) Felicidad, en chino.

(2) «De cabeza» y «llegar», son homófonos en chino.

(3) Noche vieja.

(4) Comienzo de la primavera.

Yo sé que el tierno amor escoge sus ciudades…

Yo sé
que el tierno amor escoge sus ciudades
y cada pasión toma un domicilio,
un modo diferente de andar por los pasillos
o de apagar las luces.

Y sé
que hay un portal dormido en cada labio,
un ascensor sin números,
una escalera llena de pequeños paréntesis.

Sé que cada ilusión
tiene formas distintas
de inventar corazones o pronunciar los nombres
al coger el teléfono.
Sé que cada esperanza
busca siempre un camino
para tapar su sombra desnuda con las sábanas
cuando va a despertarse.

Y sé
que hay una fecha, un día, detrás de cada calle,
un rencor deseable,
un arrepentimiento, a medias, en el cuerpo.

Yo sé
que el amor tiene letras diferentes
para escribir: me voy, para decir:
regreso de improviso. Cada tiempo de dudas
necesita un paisaje.

(Luís García Montero)