Un vaivén de vidas cruzadas que vaga por tardes de otros y sigue entre mañanas que duran como miradas en un espejo. Un motor silencioso, máquina de latir kilómetros, engulle paisajes escritos sobre el horizonte de un papel.
Apenas unas cuantas paradas en el andén. Los pasajeros no saben hablar de otra cosa que miedo. Miedo a llegar y a no llegar, a pararse y a seguir, a perderse y a perder. Miedo de no saber a dónde ni con quién.
Había mucho humo aquella tarde en el café, siempre hay mucho humo, pero ellos se miraban a los ojos, como buscando un apagón para besarse. Lástima que los túneles de este viaje sean tan cortos.
Idilio en el café
Ahora me pregunto si es que toda la vida
hemos estado aquí. Pongo, ahora mismo,
la mano ante los ojos ?qué latido
de la sangre en los párpados? y el vello
inmenso se confunde, silencioso,
a la mirada. Pesan las pestañas.
No sé bien de qué hablo. ¿Quiénes son,
rostros vagos nadando como en un agua pálida,
éstos aquí sentados, con ojos vivientes?
La tarde nos empuja a ciertos bares
o entre cansados hombres en pijama.
Ven. Salgamos fuera. La noche. Queda espacio
arriba, más arriba, mucho más que las luces
que iluminan a ráfagas tus ojos agrandados.
Queda también silencio entre nosotros,
silencio
y este beso igual que un largo túnel.(Jaime Gil de Biedma, Compañeros de viaje, 1959)