Cuando me levanto medio dormido, la luz aun es tenue y el deseo espeso, me miro borroso en el espejo y pito penalti.
En cada internada por la escalera, en cada remate de palabras, pido penalti. Cada vez que me despido, aunque sé que me quedo en fuera de juego, me enfado con el árbitro y gesticulo con las manos para que te piten penalti.
Cuando echo de menos tu marcaje cuerpo a cuerpo, cuando estoy solo esperando un pase que nunca llega, tengo que pitarte penalti.
Al recordar todos los saques de esquina, cuando me presionabas en el córner y sentía tu aliento dándome la vida, al recordar que entonces te sacaba tarjeta amarilla, no puedo aguantarme las ganas de enseñarte otra y mandarte al vestuario.
Cada vez con más deseo y con menos paciencia, conforme avanza el partido, me gusta más tu juego antideportivo, que me encimes a todas horas y me tires de la camiseta o del pelo. Y quiero pitarte penalti.
Con mucho gusto y un poquito de celos, todo el partido lo paso imaginando tu defensa correosa y tus despejes de cabeza al borde del área.
Pero no se me acaban las ganas de pitarte penalti, incluso en el descanso del partido. ¿No ves que es que siempre me estás haciendo falta y yo quiero ser de tu equipo? Y lo peor es que me encanta.