Quiero la fresa de tus labios para relamerme después en ese regusto ácido de la punta de tu lengua. Y que se me entornen los párpados, que me tiemble la voz y se me salga el corazón por los costados.
Mantener contigo más cuestiones de tacto, un roce divino de pieles contrarias y sextos sentidos. Beber gotas de tu pecho, fruncir tu espalda con mis dedos y notar que un hilo de tu voz me advierte del vaporoso placer de asomarme adentro.
Y cuando se enreden las piernas y nos olviden los pies fríos, cuando nos hayamos quitado de encima este silencio infinito y estemos tan en el centro y tan cerca que no podamos entender lo que pasa fuera, quiero que me arropes en mitad de un suspiro, que me suspendas en el filo de un terremoto y me pares el tiempo en ese instante.
Para darme un sitio al que volver cuando —como ahora—, ya sea demasiado tarde y sólo pueda buscarte entre los escombros de la memoria.
Mito
Mito
mito mío
acorde de luna sin piyamas
aunque me hundas tus psíquicas espinas
mujer pescada poco antes de la muerte
aspirosorbo hasta el delirio tus magnolias calefaccionadas
cuanto decoro tu lujosísimo esqueleto
todos los accidentes de tu topografía
mientras declino en cualquier tiempo
tus titilaciones más secretas
al precipitarte
entre relámpagos
en los tubos de ensayo de mis venas.(Oliverio Girondo, En la másmedula, 1963)