El segundo trompeta estaba rojo, el sudor caía tras la carrera, la silla gemía bajo mi peso como amante entregada. No se puede estar en todo.
El vals y un contrabajo se levantaban para pasar página cada cierto tiempo, como hacemos todos. Castañuelas como tacones, marcando el paso de la farruca que llegaba tarde.
El catalán hablaba por teléfono de una oferta inmobiliaria, la madre que se tira por el mismo balcón que su hija.
Nos miraban desde el otro lado de las luces y nos veían como manchas de colores. Se me hinchan los pies con estos zapatos y con estos años. Han metido cuatro goles, vaya partidazo.
Una brisa recién cortada en lonchas se deslizaba por las columnas. Respighi asomado a las fuentes de Roma hacía sonar el arpa de agua. ¿Se puede hacer música con un martillo?
No se puede estar en todo, la chica solitaria del vestido vaporoso iba con chanclas, el corazón no siempre se empapa de lo hermoso. ¿Por qué nunca tienes ganas de tocarme?, sonaba como un chelo en mi oído, mientras se tensaba el director en la danza de los vecinos.
Qué hermosa noche, cuánta gente bien vestida, el frac de los otros nunca queda ridículo. Si hubieras ido a Florencia, sabrías del almohadillado. Tengo las gafas viejas, mejor no me las pongo. Todos los violines levantaban su arco al unísono. No se puede estar en todo.
El retorno siempre se hace más despacio, los jardines y el bosque parecen estar dormidos. Los metales resucitaron el círculo de las lechuzas, la flauta hizo revivir viejos pájaros lejanos. Un murmullo de cuerdas iba dando paso al final de una orquesta a voz en grito. Aplausos.
En la última luz del trayecto hay que buscar el papelito del aparcamiento. Qué manchas de colores al otro lado de una ciudad que siempre está quieta. ¿Seremos nosotros mismos los que nos miramos desde enfrente? Tan grande como es el palacio y no te hace sentirte pequeño.
La ambulancia vacía me da paso, la calle desierta rezuma tristeza, la noche cerrada al domingo. La llave que suena cansada, la cancela que gruñe por las horas intempestivas, el patio que continua su duermevela.
El segundo trompeta estaba rojo, qué columnas las del panteón romano, la cama rellena de ausencia, la ventana entreabierta, palabras que regresan por la fiebre y el ventilador arrullando un insomnio.
No se puede estar en todo sin saber disfrutar del desconcierto.
Meditación abstrusa
Es extraño. Si trato
de recordar el fuego de las noches sagradas,
un verano violento —como cualquier verano—,
con su luna de sangre y crepitar de brasas,
recuerdo esa violencia y la felicidad,
recuerdo el fuego, pero aquí no está el fuego,
aunque yo sé que ardía en esas noches.Resulta sorprendente. Si vuelvo atrás la vista,
hacia nuestras reuniones, sé lo que confesamos,
rememoro el ingenio de los viejos amigos,
puedo escuchar la risa,
y esa desesperanza
de la que se alimenta cualquier joven,
porque se sabe fuerte, invulnerable.
Y, sin embargo, aquí, en la presente noche,
nadie se ríe ya, y la desesperanza
no es siempre un alimento adolescente.Es curioso. Si miro
las páginas de un libro, o esos rostros
que hablan en la pantalla y nos conmueven,
yo sé que nunca fueron, como sí sé que fueron
mi fuego y mis amigos,
son palabras que nadie ha pronunciado
al margen de esos libros, son los rostros
de quien prestó su rostro a quien no existe,
y sin embargo están en esta misma noche,
y son y me acompañan y me ayudan.Lo que parece eterno en la memoria
ha dejado de serlo, y lo que nunca
vivió en nosotros mismos es nuestra eternidad.
Es extraño, es curioso, es sorprendente:
no estoy del todo en mí, y cuando acudo
a lo que debí ser, todo ha cambiado.
Estoy donde no estoy, y en lo que no soy yo,
y hasta en no importa dónde,
y hasta en no importa cuándo.(Carlos Marzal, Los países nocturnos, 1996)