Ahora sé que nunca hubo marcha atrás, yo sólo sé huir hacia adelante.
Confieso que los dedos se me han manchado de esa cierta tristeza de las firmas. Con la lluvia de decorado, con la música de fondo de una mentira que cae por su propio peso, apenas cuatro palabras y dos besos tímidos y desangelados.
La liturgia del desarraigo sucede cuando el mundo cabizbajo se parte en autobuses diferentes. Empiezan otros viajes, otras mentiras, otra soledad más intensa. Afuera llueve y llueve por dentro.
Todo sucede siempre en abril, ese es el punto de partida de la melancolía que irá formando escamas en la piel hasta que el olvido consiga ganar la batalla que ya se da por perdida.
Nunca hubo marcha atrás, sólo se puede huir hacia adelante. Y ahora, me toca correr despavorido hacia el porvenir.
Tengo un miedo nostálgico de las lágrimas, porque nunca supe llorar a tiempo. Tengo un miedo ausente de la amargura de los desayunos de los ojos pegados, porque sé que el tiempo no lo cura todo. Tengo un enorme miedo silencioso de no haber aprendido y repetir.
Y noto que me va penetrando hasta los huesos un agrio, turbio y viscoso miedo de abril.
Inventario de urgencia para seguir adelante
A veces, el pasado fue sólo aquel momento
en el que se confunden
amor y muerte, soledad y dicha.Y porque entre unos brazos
al menos un instante me he sentido feliz,
procuro compartir este camino
hacia bellos sucesos como aquél
en que la luz fue nuestra.Por eso me alimenta la esperanza.
Por eso llevo,
tatuada en el ansia de vivir,
como una hermosa referencia,
la cicatriz distinta de su cuerpo.(Javier Egea, Paseo de los Tristes, 1982)