Cuando ella las pronunció, en ese tipo de secuencia de plano contra plano que a veces parece simular que el espectador es un privilegiado contertulio de los protagonistas, sus palabras se me quedaron dentro de los oídos.

Sabía que, tarde o temprano, escribiría sobre ellas, que me iluminarían un trocito de pensamiento en los días siguientes y, aunque resultaran difíciles de asimilar sin poner algunas importantes objeciones, algo de ellas me llamaba.

«Algunos de los mejores momentos de la vida, fueron errores», decía Uma, clavándome su mirada azul sobre el sofá. Una contradicción, una paradoja, una frase comercial, un pensamiento inútil… quizás, sencillamente, una mentira.

Más tarde, cuando te hacen saber del ridículo que vino dos días después de haber sentido un alivio que tú hubieras vuelto a balbucear con alegría, piensas en los errores, en cuál es el motivo, la causa, que convierte el efecto positivo en negativo. En dónde está la línea que divide los errores de los aciertos y, sobre todo, en cuándo unos se transforman en otros.

Se me ocurre que los mejores momentos, esos que guardo dentro de una cajita del pecho, no son errores ni aciertos, y que nadie debería tener poder suficiente, ni siquiera uno mismo, para convertirlos en naufragios.

Porque no sabemos lo que sentiremos en el futuro, porque no sé lo que escribiré mañana, quiero mantener en la tinta de hoy y en el papel que atraviesa el tiempo las palabras que digo, para que me recuerden lo sentido antes de que la memoria y la luz de otros tiempos las conviertan en mentira.

Y, al respecto de la película, se me ha ocurrido modificar la frase para hacerla verdadera y escribir aquí, como contradicción, como paradoja, como frase comercial, como pensamiento inútil, quizás, como mentira, que algunos de mis mejores errores, primero fueron aciertos.

Aunque la verdad que nunca podrá ser mentira, el acierto que nadie trocará en equivocación, es que algunos de los mejores momentos de mi vida, los he vivido en ti, por ti, contigo.

Collage

Ligeras cruzan las edades, hay quien las cuenta en días,
y a través de su lluvia y su ceniza
cada vez más difícil resulta el resistirse
al perezoso vivir animal de la costumbre.
No sé por qué los versos que ahora escribo
parecen versos clásicos, y total para decir
que si después de tanto tiempo aún hoy
aprieto tu recuerdo entiendo que
estoy condenado
a naufragar todos los días
con la vejez que da el saber
que aunque me he equivocado en todo
esto es algo que especialmente he hecho
en lo que más quería.

(Santiago Montobbio, Ética confirmada, 1990)

Autobiografía

Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.

(Luís Rosales, Rimas, 1951)