A estas horas, mientras el día se va acomodando y nadie se acuerda de Santa Bárbara, este sol de invierno, blanquecino y tenue, entra por la ventana, me ataca por la espalda y deja impresa la sombra de mi cabeza sobre la pantalla.

Afuera, en el patio, un pájaro anónimo, ha pasado volando por la ventana un instante, el tiempo suficiente de dejar sus sombra de alas abiertas cerca de mí, sobre la pared primero y, brevemente, atravesándome la cabeza de lado a lado.

Me ha parecido un momento único, de esos que una cámara jamás podrá reflejar de forma exacta. Pero lo asombroso es que, durante la perplejidad de un pensamiento, el mismo pájaro anónimo u otro distinto, han vuelto a asomar su sombra grácil y minúscula sobre el encuadre de la pantalla y, en un aleteo, me ha despertado las metáforas.

Es cierto. Cierto pájaro con sombra ha transformado las nueve y poco en las nueve y pico, ha tornado un cuadro solitario en un paisaje, ha escrito en la sombra su propia silueta abierta de alas. Y el sol, siempre, a la espalda, blanquecino y tenue.

Nunca vuelven las oscuras golondrinas, ya tengo edad suficiente para aborrecer a Bécquer, pero el juego de las sombras me inquieta aún, me anima los sueños y me desvela las horas a las que me hago el dormido.

Así que escribo de la sombra de otros días y proyecto la silueta de mi cabeza quieta en la pantalla como una trampa de sombras hecha con letras. De tanto en tanto, algún pájaro anónimo cruza su sombra con la de mi cabeza y me deja unas huellas escritas, curiosamente, cuando ya el sol no percute en las ventanas.

Tal vez si la sombra que yo dejase aquí fuera la de mi corazón de hombre equivocado, me dolería con palabras cada vez que la sombra del pájaro la atravesara.

La sombra de otros días

Pero, ¿alguien ha existido alguna vez
que no se retorciera de dolor por la dicha pasada?
John Keats

Bien lo sé, somos criaturas del aire,
de las corrientes aguas, puras, cristalinas,
de los árboles que se están mirando en ellas.
En un instante sube por nuestros brazos,
salvaje y espléndida,
la inmediatez de la vida;
al siguiente algo nos dice
que muy pronto será tarde y será octubre.

Pero seamos cautos:
a la sombra de otros días
esperan
el dulce veneno de los versos
y el mar abierto a la aventura.
A un paso del infierno
acecha el paraíso.

(Ángeles Carbajal, La sombra de otros días, 2002)