Me devuelve la memoria aquellos rostros como una instancia fuera de plazo. Con ese olor a papel viejo, a tinta oxidada por la intemperie de los días deshojados.
Todo me llega con un ocre que embadurna los paisajes. Como en una vieja película de Hitchcock, la memoria colorea aquellos rostros en blanco y negro, con una historia que ahora parece ilimitada y que, en tanto que recordada, no pudo ser la verdadera.
Tú y yo deformamos con texturas diferentes el pasado, distintos tonos de esa misma melodía que silbamos las noches de luna llena, que suena tan irreconciliable en tus labios que dudo si pudo ser alguna vez que estuvieran paseándose largamente por entre los míos.
La memoria nunca devuelve intacto lo vivido, lo plancha, lo limpia, lo desangra. No estaría mal si también consiguiera hacerme olvidar que éste que aquí se lamenta de todos los finales repetidos, éste yo, precisamente éste, que carga en la espalda una maleta de lluvia desperdiciada, no soy más que otro de sus errores favorecidos.
Pero tú, que lo viviste conmigo, devuélveme el calor de aquellos sueños, tráeme una luz que borre todas las sombras y una mano que me guie a través de este túnel sobre el que empieza a caer silenciosamente la claridad de lo perdido.
Y devuélveme el color, ese color que tiene la vida vista desde tus ojos cuando nos abrazamos un instante.