Tengo el gps estropeado, lo noto. A veces no sé dónde estoy ni cómo he venido a parar aquí. Y no sé si tengo que hacer la rotonda o tomar el cruce.

Supongo, no lo sé, que a todo el mundo le habrá pasado lo mismo alguna vez, que se estropea el gps que llevamos de fábrica incrustado en el corazón. Lamentablemente, soy un modelo antiguo y ya no cabe garantía que reclamar. Así que tendré que comprarme alguno.

Envidio a aquellos que les funciona perfectamente, esos que siempre saben qué camino tienen que tomar, los que no dudan de su trayecto y nunca miran atrás para ver si se equivocaron en alguna glorieta. Los envidio cuando los veo andar con paso firme, aunque dejo de envidiarlos si los veo llegar a sitios en los que yo no quiero estar.

Quizás sean los satélites, que se han alineado mal. Los vientos estelares, las manchas solares o algún efecto extraño de la gravedad cuando pasamos por mitad de un huracán. Quizás vaya por épocas o por instantes.

O tal vez resulte que también tengas el tuyo apagado, porque el caso es que no te encuentro por ningún lado. Y mira que te busco.

Pero no oigo las voces que me digan «tome la salida 47 dentro de quinientos metros», «siga recto», «pase la rotonda», «cruce a la izquierda». No veo tu icono brillando en el mapa, parpadeando como un sueño que late siempre a la misma velocidad.

Y es que tengo el gps estropeado y a veces te siento tan cerca y otras veces ¡tan lejos!… Incluso hay momentos en que te siento las dos cosas a la vez.

Me da pena quitarme el antiguo, porque, bueno, ya ves, hasta aquí me ha traído. Quizás mi gps tenga arreglo y se ponga a funcionar bien si le das un par de besos. De esos, de los que lo aclaran todo y convierten la meta en el viaje.

¡Ay! No sé. Hasta es posible que, el que esté estropeado, el que no tenga arreglo ni quiera tenerlo, sea yo.

El camino

Es el camino de la muerte.
Es el camino de la vida…

En la frescura de las rosas
ve reparando. Y en las lindas
adolescentes. Y en los suaves
aromas de las tardes tibias.

Abraza los talles esbeltos
y besa las caras bonitas.

De los sabores y colores
gusta. Y de la embriaguez divina.
Escucha las músicas dulces.

Goza de la melancolía
de no saber, de no creer, de
soñar un poco. Ama y olvida,
y atrás no mires. Y no creas
que tiene raíces la dicha.
No habrás llegado hasta que todo
lo hayas perdido. Ve, camina…
Es el camino de la muerte.
Es el camino de la vida.

(Manuel Machado)