Ella siempre es guapa, incluso con la ropa de estar en casa la quiere la pantalla. Además, se arregla para estarlo mucho más en los primeros planos.
Él siempre es gordo, apacible, la pantalla lo vuelve inapreciable. Siempre ríe como un bobo y todo lo convierte en simple.
Ella ríe con él y a veces llora en su hombro. Es cierto lo que parece, que se quieren de un cierto modo. Pero en cuanto aparece el otro, el galán, ella pierde la cabeza y las bragas y se va a vivir aventuras con un protagonista que, a todas luces, el público sabe que no le conviene.
Y la película continua mientras ella disfruta y sufre, mientras besa y discute, mientras se aferra y la dejan. Para eso es la protagonista, ¡qué caramba! Y siempre hay una escena en la que se jura que nunca más.
Entonces vuelve y ríe con él y a veces llora en su hombro. Él le levanta el alma de los pies entaconados, troca sus lágrimas de rimel intacto por un sonrisa de medio lado y le compra una tarrina de helado de chocolate contra la desazón. Pero en el último minuto del melodrama, el galán se arrepiente y la llama, y ella sale de la pantalla corriendo hacia la última escena del beso.
Él se queda triste y solitario, que no hay nada más triste que un hombro vacío que se queda esperando un rostro que acariciar. Triste pero contento, eso sí, porque es cierto lo que parece, que se quieren de un cierto modo, y él se alegra por ella y hasta por el galán. Entonces pasa todo a negro con música de bolero y saltan los títulos de crédito en donde él siempre sale con la letra más pequeña que los demás.
Algunas veces siento esa misma soledad del actor secundario. Sobre todo cuando me doy cuenta de que, efectivamente, todos los que me quieren me quieren, y además me quieren lo necesario. Pero ninguno de ellos me quiere lo suficiente.
Y es que, como vengo diciendo últimamente, el amor es un perro y hay que considerar con seriedad qué perro es ajeno y a quién se le da pan…
Ese tácito rito que me he impuesto
Si el hombre tuviera tiempo de sobras
es posible que hiciera grandes cosas.
Pero tras su espesa piel el tiempo alienta
una sutil maraña de trampas y estrategias;
tras su espesa piel o en su disperso puzle
ocasionalmente brinda adoquín de besos
para que torpes como somos
nos demos menos cuenta
de que a través de ajedreces, adioses,
inutilidades, esperas y otros juegos
poco a poco y sin saber
se vaya haciendo teoría confirmada
el que la vida nos aplasta
(y esto me gusta decirlo con un verbo que suena
como un saco de patatas).En el momento en que subo en el ascensor
es una nocturna hora intermedia.
El espejo adivina el alcohol
y parece decir que tengo aire
de guardar alguna historia
perdida por algún lado del abrigo
y también varias posguerras. (Quizá
porque a veces pienso que es probables
que yo hubiera sido más leve o más feliz
en la polvorienta Barcelona de los años cincuenta,
y aunque haya procurado no abusar nunca
mucho de ellas, este tipo de imágenes
siempre me atrayeron con firmeza).
La nostalgia realquilada d emi cara
va a proyectarse ahora en otro espejo,
fien el cumplir ese tácito rito que me he impuesto
y que consiste en observarme como un actor retirado
mientras fumo y bebo a solas
frente a la pica del lavabo.
Y para poblar esta habitual circunstancia
van a cruzarme desamparadas imágenes
hechas con recalentadas infancias,
recuerdos o posturas que me cansaría escribir
pero que si lo hiciera acabarían entercándose
en intentar explicar por qué nuestro amor merece
un lugar señero en la anónima enciclopedia
de las historias ridículas.Historias que me cansaría escribir,
con las que perdería el tiempo.Porque todo es pasado —no sé si cierto—,
todo es presente —esta tonta mancha de polvo—
y además aquí, en el lavabo de mi cuarto,
sobre esta ya como ajeno rostro ajado
y con tonadilla de tango
sospecho o sé que no he perdido la vida
(que eso ya sería algo); que no la he perdido, no,
que estúpidamente sólo la voy perdiendo
y que tampoco me produce un especial descanso
el saber que voy a poder dejar por unas horas
mis canosas miserias en suspenso.(Santiago Montobbio, Hospital de inocentes, 1989)