Vendrán tiempos mejores.
Del mismo modo que a cada calma
le antecede una tormenta,
sé que vendrán tiempos mejores.
Después de cada lluvia,
vienen días de cielo raso.
Después de cada invierno,
siempre llega alguna primavera.
Yo, que soy de naturaleza esperante,
sigo buscando ese momento perfecto
cuando, más allá del segundo acto,
hasta las hierbas de los cementerios
se llenan de flores y el camino
empieza a ser cuesta abajo.
Pero te recuerdo, aún sabiendo que tú
podrías rociarme con un espejo
que me volviese todo en contra,
que ésta es la lluvia que esperábamos
en mitad de aquel desierto,
que después del laberinto del invierno,
este mayo es el que tanto soñamos.
Vendrán tiempos mejores, se supone.
Pero esta palabra es, ahora,
la que rompe un silencio,
la que anuncia el siguiente
cuando sabemos que esta es la lluvia
y que toca mojarse.
Lluvia
hoy llueve mucho, mucho,
y pareciera que están lavando el mundo
mi vecino de al lado mira la lluvia
y piensa escribir una carta de amor/
una carta a la mujer que vive con él
y le cocina y le lava la ropa y hace el amor con él
y se parece a su sombra/
mi vecino nunca le dice palabras de amor a la
mujer/
entra a la casa por la ventana y no por la puerta/
por una puerta se entra a muchos sitios/
al trabajo, al cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios del mundo/ pero no al mundo/
ni a una mujer/ni al alma/
es decir/a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/
como hoy/que llueve mucho/
y me cuesta escribir la palabra amor/
porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/
y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/
y cuándo/y cómo/
pero el alma qué puede explicar/
por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/
palabras que naufragan/
palabras que no saben que hay sol porque nacen y
mueren la misma noche en que amó/
y dejan cartas en el pensamiento que él nunca
escribirá/
como el silencio que hay entre dos rosas/
o como yo/que escribo palabras para volver
a mi vecino que mira la lluvia/
a la lluvia/
a mi corazón desterrado/(Juan Gelman, Eso, 1983—84)