Pruebas, análisis, informes. Todo se resuelve en el centro de un puñado de aparatos.
«Todo bien», me dijo susurrando, «pero tiene usted un problema de hipoacusia bilateral simétrica». Le oí perfectamente, pero respondí con un ¿qué? que completara la gracia.
Entonces me explicó que tengo pérdida de audición en ciertas frecuencias, exactamente las mismas en ambos oídos. Dichoso equilibrio, pensé yo, para esto es para lo único que me sirve.
«O el ruido de su trabajo, o cambios de presión, o alguna práctica que comprimiese el aire alrededor de sus orejas, pero usted no es tirador», añadió para no parecer tan circunspecto y rechazar mi broma sin estreñimientos.
Tres años estuve subiendo a una montaña y bajando una colina. Veinticuatro años de risas, cantos, quejas y llantos en el trabajo. Cuarenta y seis de truenos y relámpagos cuando se va extinguiendo el verano.
Pero yo no sé vivir sin mentirme, así que cuando llegué a casa tuve que inventarme una sombra que me preguntaba por cómo me había ido. Y le mentí a la sombra para tener un melodrama que llevarme a los sueños, cuando le dije:
—Cariño. Lo que el médico me ha dicho, es que no es bueno que aprietes tanto las piernas.
Hipoacusia bilateral simétrica y, posiblemente, imaginaria. Lástima, sombra, que mis mentiras nunca acaben siendo verdad y no te oiga bien y que si soy agua tú me llevas y que el horizonte no sea un muro que me quepa entre las cejas.