En las fotografías que miro de un tiempo que ha dejado de ser tiempo para transformarse en una sensación, puedo palpar la verdad de los kilos, levantar acta de una historia de cabellos blancos y deshacer el enigma de los sitios.
Parece que soy yo quien cambia, pero lo cierto es que la vida cambia alrededor envejeciendo las pieles que acaricio, arrugando los labios que beso, deformando el pozo de los pechos a los que me asomo, destintando los cabellos en los que pierdo estas manos que ya no reciben como entonces la química del amor en los parques solitarios.
Sólo el insomnio permanece. La inconsciencia se ha vuelto decrepitud y nostalgia, los amigos son cada vez más tiernos que su recuerdo. No soy yo el que cambia, son ellos, es la vida la que cambia a mi alrededor como un torbellino que me arrastra hacia el acto final sin testigos.
Todo mengua lentamente: el espíritu, la rabia, la importancia de las cosas que se disuelve en el paso de los días rutinarios. La esperanza hace aguas, el tumulto se aclimata a unas pocas tardes de abril que me llegan en desbandada, como si huyeran hacia adelante.
Me falta aire, el espacio se me agota. Sólo mis sueños crecen conmigo cuando te metes en ellos no sé por qué resquicio, pero del resto del mundo todo me falta —la memoria, el presente, el desconcierto—, y todo me queda estrecho como un abrigo heredado a destiempo.
Parece que soy yo quien cambia, pero es la vida la que cambia a mi alrededor apretándome sobre mí mismo. Sólo mis sueños crecen conmigo, supongo que porque ocupan el lado de la cama en que no estás.
La ausencia
Cuando el amor se va,
parece que se inmensa.¡Cómo le aumenta el alma
a la carne la pena!Cuando se pone el sol
lo ahondan las estrellas.(Juan Ramón Jiménez, Canción, 1936)