Por rotura, por mi mala cabeza, por no poner las cosas en su sitio y dar vueltas con ellas en donde no deben estar, he tenido que retroceder la vista unos años.

Reconozco esta época, al dedillo, pero me siento raro. No me parezco al que sale en las fotos que engulleron los álbumes del polvo. Todos estaban más jóvenes, excepto yo mismo que ni me veo, todo estaba más joven. Incluso los problemas eran más sencillos o, tal vez suceda que, después de resuelta, la vida parezca menos grave y sus granos de arena hayan dejado de ser aquellas montañas del horizonte.

Aun reconociendo, me cuesta volver. Las tardes aquellas de carretera, el otro duermevela, la misma desolación, pero más chiquitita, sin expandirse. Otra esperanza, supongo; esa no la distingo de la nueva, al menos, en lo que son los entresijos de la emoción contenida. Otra espera, sí, pero es que ahora sé que todas las esperas son la misma.

En aquel tiempo, no hubiera nunca esperado ser este yo que soy ahora. Creo que me he sorprendido a mí mismo. Nadie, ni siquiera yo, hubiera pensado que me iban a ocurrir los cambios que ahora me parecen tan lógicos, tan naturales, tan correlativos.

Espero arreglar pronto el desaguisado porque, si bien no me siento extraño en este lapso antiguo, estoy deseando volver a mi tiempo, a los dilemas que tenía entre manos, a la cotidianidad de mi otra vida que empieza.

Además y, sobre todo, espero volver pronto al presente porque con mis gafas de retroceder la vista no consigo verte por ninguna parte. Y, la verdad, tengo muchas ganas de mirarme en tus ojos de ahora, una vez más.

Los objetos nos acompañan en el viaje y marcan los hitos de una travesía que es conveniente revisar para saber de dónde se viene y hacia dónde se va. Nos acompañan, es inevitable, pero tampoco puedo evitar la sensación de rabia que me produce saber que esos viejos objetos recuerdo, posiblemente, me sobrevivan cuando ya no quede ninguna memoria que les derrame viejas, agridulces, lágrimas imposibles.

A golpe de olvido vamos construyendo el pasado y retroceder la vista es irse mintiendo, cambiar a sepia el color de la vida pasada. Pero como dice la canción, todo tiempo pasado es peor y no hay peor tiempo perdido que el perdido en añorar.

Valor del pasado

Hay algo de inexacto en los recuerdos:
una línea difusa que es de sombra,
de error favorecido.
Y si la vida
en algo está cifrada,
es en esos recuerdos
precisamente desvaídos,
quizás remodelados por el tiempo
con un arte que implica ficción, pues verdadera
no puede ser la vida recordada.

Y sin embargo
a ese engaño debemos lo que al fin
será la vida cierta, y a ese engaño
debemos ya lo mismo que a la vida.

(Felipe Benítez Reyes, Sombras particulares, 1992)