La anchura del corazón no se mide en centímetros, sino en ausencias.
No está más alto el que menos suplica, ni mejor amueblada la cabeza que menos se ofusca, ni es más indiferente la piel que menos caricias necesita.
Tampoco se mide el amor en las horas que se tarda en responder una pregunta o una llamada perdida. Ni en el número de veces que una palabra consabida se persigue a sí misma en medio de un párrafo sentimental.
En la escena del sofá los corazones no miden su altura, sino la distancia que los separa. En las lágrimas con las que alguien dice que se va, en la música viscosa con que se escucha un adiós, sólo se mide la voluntad.
Las veces que se pronuncian los «te quiero», la aspereza de los «me da igual», el escozor de los «ya veremos», no sirven tampoco para la medir la altura de una vida que tenemos a distancia de abrazo o de desdén.
Sólo hay algunas formas de temblar que dan la dimensión exacta de un sueño, sólo algunas maneras de cerrar los ojos descubren los dobleces del pasado y consiguen estirarlos en toda su amplitud.
Medirse es inevitable, el modo de saber lo que se quiere y cómo se esperan las palabras que tanto cuesta pronunciar. Y aunque ya hace tiempo que le perdí el miedo a no estar a la altura de la vida, no quiero, de ninguna manera, vivir con un corazón más estrecho que el tuyo.
Te lo digo por si te pareciera verme temblar. Piensa que quizás no sea de frío, sino del miedo que me da que llegue el día en que mi corazón adelgace, se quede en los huesos y mi ausencia te pase desapercibida, como una sombra, como un leve recuerdo que se apaga.
Otro romanticismo
…las aguas del olvido
Garcilaso
«Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
César VallejoTe escribo nuevamente desde una tarde helada
de esas en que nos puede el sentimiento
y la obsesión —ese pingajo de la soledad—
te derriba, te ocupa, sienta plaza en tu cuerpo
y, lo más peligroso, te alumbra, te interroga.Y ves que los renglones se estrechan,
las letras se amontonan
y comprendes el hueco imposible,
el espacio que nunca compartimos
y este bello recurso de contarte la vida
poblando de historia y de sueños
las hojas tibias del dolor
que tanto me recuerdan tus muslos o tu espalda.
Por ellos navegué durante tanto tiempo,
en ellos aprendí tantas cosas extrañas,
tanto golpe de mar,
que parece imposible olvidarte así, de pronto,
como quien tira la luz por la ventana,
como quien se despuebla de golpe de esperanza.¿Quién puede responder sin ningún truco
a las preguntas viejas, enquistadas,
hechas parte de ti?¿Quién cruzará de un salto las aguas del olvido
sin sentir cómo quema en la carne la sorpresa de un día,
las sábanas de un día, los cuerpos ofreciéndose,
las ojeras del gozo al amanecer?¿No volverá el amor ,
aquel juego con náufragos y cofres,
a sorprendernos con su mano abierta,
a dejar en la playa de un hombro
como alga de plata que reposa
la saliva brillante del deseo?Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Por eso he de decirte —aunque sea por escrito—
f que está la casa abierta para ti,
que te esperan los libros, el té, mi soledad,
las dudas de las tardes de domingo,
la pequeña verdad
que no se tiene en pie sin tus palabras.No es posible saber cuando todo enmudece
y la vida se ha vuelto una sórdida esquina
si nos falló el presentimiento
o será que el mercado nos fue tragando
con sus comadres y su algarabía,
que no supimos vernos ni hablarnos
entre anuncios de sopas luminosas,
promesas y altavoces
pregonando los últimos saldos
de la felicidad.Será que llevaremos inevitablemente
un lenguaje podrido que amarga el paladar
y te pone a escupir en mitad de la urgencia
cuando toda la historia apenas si consiste
en decirnos que sí, que nos amamos.Y los golpes, tan fuertes, las aguas del olvido,
tan hondas… Yo no sé!Hay cosas en la vida
que sólo se resuelven junto a un cuerpo que ama.Y cartas que se escriben
cuando la prisa clava su aguijón
y te deja colgando del alero
y te da por pensar
que es posible que no nos conociéramos
aunque fuimos viviendo el mismo frío,
la misma explotación,
el mismo compromiso de seguir adelante
a pesar del dolor.(Javier Egea, Paseo de los Tristes, 1982)