Debería haber paz en la lectura. Como en estas tardes lánguidas de lluvia, las letras van sonando gota a gota sobre los tejados inmóviles. La tinta tiene una sustancia parecida a la niebla, el ruido del agua se desgrana en mensajes con puntos, comas y acentos.
Los cristales con los que se lee, se empañan de una nostalgia conocida y el paisaje verdadero se arruga a lo lejos, se distorsiona como los sueños cuando la luz de la tarde desciende nublada desde el horizonte. Todo suena diferente, monótono, cuando el corazón se ve acorralado bajo los párrafos de un paraguas.
Leer es un modo de atravesar kilómetros y e ir saltando, como en un paseo por estas tardes lánguidas de lluvia, los charcos que separan las formas redondas que tienen los besos guardados en la piel. Viajar, sí, tal vez, viajar en el tiempo, volver, repetirse mandalas incesantemente tiernos como un aguacero que cae vertical.
Quizás allá lejos también llueva mientras lees. Gotas diferentes, tal vez llueva en otro idioma, quizás recibas el agua por entre un paisaje de barcos que esperan puerto. Sí, quizás sea otra vida la que llueva, otras risas las que escampen rompiendo otro silencio.
Pero me gustaría pensar que allá, lejos, quizás otra lluvia, tal vez otra distancia, pero el mismo texto.
Para que llegue lejos la lluvia, para que te alcance tan a lo lejos, sigo rayando tus sueños con renglones de agua.
Soneto lxx
Tal vez herido voy sin ir sangriento
por uno de los rayos de tu vida
y a media selva me detiene el agua:
la lluvia que se cae con su cielo.
Entonces toco el corazón llovido:
allí sé que tus ojos penetraron
por la región extensa de mi duelo
y un susurro de sombra surge solo:
Quién es? Quién es? Pero no tuvo nombre
la hoja o el agua oscura que palpita
a media selva, sorda, en el camino,
y así, amor mío, supe que fui herido
y nadie hablaba allí sino la sombra,
la noche errante, el beso de la lluvia.(Pablo Neruda, Cien sonetos de amor, 1959)
Se piange, se ridi
Te diré que no supe si reír o llorar
después de todo
pero estaba feliz,
demasiado feliz, sospecho ahora.
Recuerdo que me hablaste
de que empezaba a amanecer,
el cielo parecía algodón sucio.
Lo más inolvidable será siempre
el aire fresco y dulce que crecía,
igual que una caricia, entre dos luces.
Yo estaba sola
y tú quisiste ser mi amigo:
que esto no rompa la amistad, dijimos.
Pero fue hermoso más que un sueño,
mucho más inquietante que un puente entre la bruma
y aquel coche sin duda más maravilloso
que un bosque de la Alhambra
y tu corazón más hondo y más extenso
que el manto de la aurora
cuando llorando me asomé al balcón
de tus ojos.
Por eso ahora escuece la distancia
como ella sola y el deseo —cruel—
asoma cada minuto
—con el peligro que eso entraña
para una sencilla amistad—
ahora no puedo menos que aceptar
lo que fue un verdadero error de cálculo:
esta suave tristeza insoportable
con la que no contábamos.(Ángeles Mora, Cámara subjetiva, 1996)