La intención literaria es un asunto verdaderamente adictivo. Uno se pone delante del papel como un diosecillo de la minúscula y crea un universo completo en menos de siete días.
Se pueden transgredir todas la leyes, las de la física, sí, pero sobre todo las leyes del tiempo. Uno hace con sus personajes en pocos minutos todo aquello que se imagina y que al caprichoso azar le costaría años de carambolas.
Puedes vivir otras vidas, enmascarar la tuya o adecentarla, decorar el mundo tenebroso de las malas noticias o reírte de las cosas que te duelen.
Y el procedimiento es sencillo, muy simple: se cogen un par de verdades de tamaño mediano y unas cuantas mentiras hermosas. Se trocean y se pasan por la sartén, en la que previamente se habrán sofrito unas metáforas cortaditas en juliana hasta que se queden transparentes. Se salpimenta con unos cuantos pronombres, unas gotitas de elipsis y, a gusto de cada autor, un puñado de rimas en asonante. Se sirve sobre un plato llano, separando bien los párrafos… y listo.
Por la intención literaria hay gente que cree que escribo, que ésta es mi vida, que tú existes en alguna parte del mundo ese que llaman real.
Incluso, fíjate lo que te digo, que es para llevarse las manos a la cabeza y hacer muchas cruces consecutivas; fíjate lo que te digo: que hay quienes al leerme… ¡se creen que existo! Increíble, ¿no?
¿Ver para creer? No, claro que no, es creer para ver. Hace ya tiempo que tú y yo sabemos que sólo se ve aquello que se cree.
Por la intención literaria, yo sé que no existo más allá de aquí, y sólo si tú me buscas.
Fragmento
—La muerte es lo contrario de la vida —dijo él—. Sientes todo eso porque estás viva. Es lo que querías, Eva, ¿no es cierto? —se escuchó decir a su pesar, mientras se sentaba a su lado—. Querías el conocimiento. Esto es el conocimiento: el Bien y el Mal, el placer y el dolor, Elokim y la Serpiente, cada imagen tiene su reflejo contrario.
Por ella sé que estoy vivo, pensó.(Gioconda Belli, El infinito en la palma de la mano, 2008)