La vida es insomnio, que no sueño. Se equivocaba Calderón.

diciembre2024 (Página 3 de 4)

La vida de los peces

Es mentira. Podría ser menos rotundo y decir que no es verdad, que suena más reflexivo, más prudente. Pero lo cierto es que es mentira.

Los peces del acuario no pueden vivir en el mar. Pueden soñar con playas, acercarse al cristal y desear la vida que les va pasando por fuera, a ráfagas, como fotogramas sueltos de otra realidad que casi se puede tocar con las aletas.

Pero es mentira, todo es mentira. Quienes se asoman de tanto en tanto al cristal, no existen, no son reales. Sólo son deseos que se proyectan sobre el vidrio, rostros que la difracción de la luz engrandece hasta hacerlos más hermosos.

Pero no puede ser. Los peces de acuario pueden soñar con el mar abierto, pero si los sacas y los llevas a donde rompen las olas, se ahogan de libertad, le asusta el agua interminable y la sal les pone la tensión por las nubes. Es mentira, los peces del acuario no saben navegar.

A lo más que llegan es a quedarse en la orilla, levantar otros muros de vidrio que les separen de lo real y a llorar sin párpados la intensa realidad de saber que, aquello que no se hizo, no podrá deshacerse jamás.

Y tú y yo somos peces de acuario, un tanto extraños porque nuestra memoria no es de pez, pero somos criaturas que vemos la vida de los demás pasar por detrás de unos cristales que, al mismo tiempo que nos encierran, nos dan la única libertad que nos tomamos: la de mirar al pasado y soñar con lo que pudo ser.

Los peces del acuario no salimos buscando el mar inagotable, sino otro acuario con vistas a una mentira más veraz. Una nueva mentira que nos dé golpecitos en el cristal para anunciarnos que las migajas que siempre nos echa son la única verdad.

Y habrá quien diga que fui yo el primero en olvidar…

Andrés (Santiago Cabrera), que vive en Alemania desde hace diez años, regresa a Chile para liquidar su pasado antes de asentarse definitivamente en Berlín. Sin embargo, durante la fiesta de cumpleaños de uno de sus amigos, entra en contacto de nuevo con el mundo que abandonó e incluso vuelve a ver a Beatriz (Blanca Lewin), su gran amor. Ese reencuentro podría cambiar los proyectos y la vida de Andrés para siempre. (FILMAFFINITY)

Trayecto

Me dices que cuánto ha cambiado el insomnio desde que se cierra paréntesis. Pero siempre tuve vocación de nube, es sólo que el plan que tracé para no mencionar la lluvia aún es un poema sin terminar.

La literatura infantil que despliego siempre te sube hasta tocar el cielo, pero luego te arrastra hacia los días inversos, esos en los que la impertinencia de las hojas secas se te atraganta alrededor de lo que no se escribe. Pero la vida sigue.

Todavía, no te olvides, estoy en el punto de partida, aún es pronto, el camino es largo. Ha cambiado el insomnio pero se sigue moviendo, por el eco de cada llamada, porque me persiguen los silencios, hacia nuevas cuestiones de tacto.

La vida sigue y transcurre en prosa. Pero en cada insomnio explico versos para no olvidar que me sigo sintiendo ridículo y que siempre tuve problemas de memoria.

Otro tiempo vendrá…

Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá:
«Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas».
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.

@(Ángel González, Sin esperanza, con convencimiento, 1961)

Valor del pasado

Hay algo de inexacto en los recuerdos:
una línea difusa que es de sombra,
de error favorecido.
Y si la vida
en algo está cifrada,
es en esos recuerdos
precisamente desvaídos,
quizás remodelados por el tiempo
con un arte que implica ficción, pues verdadera
no puede ser la vida recordada.
Y sin embargo
a ese engaño debemos lo que al fin
será la vida cierta, y a ese engaño
debemos ya lo mismo que a la vida.

@(Felipe Benítez Reyes, Sombras particulares, 1992)

Magos

Está lleno este tiempo de disfraces y coronas que, aún en estas fechas, todavía andan distribuidos por las tiendas. Tiendas frenéticas de gente nerviosa y con prisa, de niños corriendo o llorando detrás de cada estante, de quemadores de visa y carros repletos.

En esas tiendas, generalmente enormes, aún rechinan en un pedestal los hombres vestidos como los reyes en los que la imaginación popular derivó los magos de Oriente. Que en ninguna parte dice cuántos eran, si tres o diecisiete, ni habla del color de sus barbas ni del de su piel.

Imagino que andarán por estas fechas un poco empachados de muchedumbre, hartos de que los niños quieran sentarse en sus rodillas y llenos de sarpullidos en la cara por efecto de las barbas postizas. Pero de algo hay que vivir y, aunque reyes, sin contrato ni seguridad social no hay más remedio que avenirse al horario y sonreír forzadamente a muchas caras por minuto.

Yo sólo me pregunto, si esos reyes a sueldo disfrutan, a estas alturas, de algún misterio. Si la ayudante del mago aún sigue creyendo en palomas. O si los que limpian la casa de la vidente destapan la bola para verse o saben leer los posos del café antes de meter la taza en el lavavajillas.

A veces dudo sobre qué será lo que piensa el ordenador de mí. Quizá, en el fondo, me desprecia mucho porque también él sabe, mejor que nadie, de mis misterios. Y que yo sólo puedo vender humo.

Ésta es la tarde, ésta será la noche. Aún sin creer en los misterios, con ilusión prestada y sin zapatos limpios que poner en la ventana, aún así, espero que las tres reinas magas y su camello cojito pasen, también, por aquí.

Gloria fuertes que estás en los cielos

Gloria Fuertes que estás en los cielos
Con el Dios del anciano del parque,
con el Dios que tejiste en tus versos…
Con el dios que te hizo payaso
Gloria Fuertes que estás en los cielos…

Gloria Fuertes que estás en los niños
En los hombres y mujeres del pueblo.
Gloria Fuertes que un mes de noviembre
Te escapaste sin boli y cuaderno.
Gloria Fuertes que estás donde Philips
Donde Chelo, Asunción y otros muertos
Gloria Fuertes que ya sabes todo
Lo que pasa después del silencio

Gloria Fuertes que estás en mi vida
Te has llevado un buen trozo del pecho.
Gloria Fuertes que estás donde sea..
No me basta la voz del recuerdo…
Yo te quiero en tu casa y tus cosas
Con un whisky un pitillo y un verso.

@(Belén Reyes)

Me quedaría esperando

Me quedaría esperando como si fuese el centro de un remolino gigantesco y todo lo que es y ha sido alguna vez girara en torno a mí, en espirales concéntricas que van acercándome las cosas por la mera acción de alguna clase de gravedad vital que las acabase precipitando hasta el vórtice sensorial de infinitas dimensiones que esconde el Aleph que soy en este momento.

Desprovisto de los movimientos incesantes de un corazón que tengo suspendido en un punto indeterminado del tiempo, desasistido de respiraciones que me atraganten del aire que necesito periódicamente con una frecuencia variable en función del paisaje fisiológico y de la actividad cerebral desencadenada a través de la emoción de los acontecimientos, podría quedarme esperando como respuesta trivial a los grandes enigmas del universo infinito e infinitesimal en cuya frontera indefinible me hallo desde siempre.

Me quedaría esperando si supiera desentrañar los secretos del lento engranaje impersonal del caos cuántico, si supiera adivinar los designios de los otros mundos unicelulares a los que debo la percepción exacta de mi propio yo binomial de carácter cambiante y, al mismo tiempo, inmutablemente extrapolado sobre la red neuronal que me convierte en un amasijo racional y sincronizado de seres minúsculos y exentos de capacidad de imaginación.

Si el último sueño de pieles redescubiertas encontrase una vía para incardinarse en el tejido de la existencia espacio-temporal, si los neurotransmisores que se dispararon cuando creí que tu otredad andaba a unos pocos milímetros de este vello corporal erizado por la acción profunda del complicado equilibrio de las hormonas impregnadas de un origen imaginario desentramado progresivamente desde la metafísica más abstracta hasta llegar a los límites éticos de la lógica más elemental, me quedaría esperando, no te quepa la menor duda.

Pero es que el médico me ha dicho que ande, que es bueno para la tensión. Que estoy espeso y con sobrepeso.

Tú, que ya anduviste, que no paras, que acaso huyes, sabrás, por tanto, que andar es un sencillo vaivén. Me harías un favor si tomaras mi paso y me hicieras compañía con ese sencillo vaivén tuyo que tanto me gusta cuando, de tanto en tanto, te acercas y me silencias las palabras y el corazón.

Por si pasas por aquí

Podría haber pasado de largo por la página, haberles dado un enjuagón a las letras antes de colocarlas en este tendedero. Haber dormido la idea antes de ensuciarla con palabras.

Me gusta escribir, pero sabes que a veces me enfrento a los rectángulos con miedo de sus esquinas, con demasiada precaución de vértices. El asunto de ir alineando los renglones poco a poco, puede volverse trabajoso cuando los sinónimos se traban y los adjetivos se quedan pálidos en mitad de una frase.

No siempre estoy contento con lo que aquí dejo. A menudo siento la tentación de cambiar las rimas, los adverbios o los predicados. Aunque nunca cambiaría los pronombres, tú lo sabes.

Raramente consigo decir lo que quiero, sólo soy capaz de expresar lo que me dejo, lo que me asalta en ese maravilloso y grotesco momento de sentarme a hablar con nadie de mis nadas.

Pero… ¿Y si pasas por aquí y no me encuentras, ni te encuentro? ¿Y si no tiene recompensa tu esfuerzo de abrir los ojos para mí y hacer que exista durante un momento para ti?

Por eso esta noche he vencido la tentación del cansancio, el cansancio del desvelo y el desvelo de la vanidad, para dejarme escrito en este texto, tan feo y tan estático como yo mismo, para así intentar corresponder a tu amabilidad.

Por si pasas por aquí antes de acostarte, quisiera que no te fueras de vacío y me encontraras en este minuto y medio de teclas en el que los dos existimos el uno para el otro.

Lo que quiero decir es que hay una parte de la literatura que se parece al amor. Como hay una parte del amor que siempre nos parece literatura.

El amor es un género literario

(que le da sentido a la vida y a la literatura)

¿Qué recuerdo de ti?
La noche inevitable que arde como un rito,
la norma temeraria de castigar los límites
y el negro maltratado de tus ojos.

¿Qué recuerdas de mí?
La noche inevitable que arde como un rito,
la norma temeraria de castigar los límites
y el negro maltratado de mis ojos.

¿Qué sabrán de nosotros?
La noche interminable que ardía como un rito,
la norma temeraria de castigar los límites
y el negro maltratado de los ojos.

(Luís García Montero, Un invierno propio, 2011)

Doscientas, doscientos

Los números redondos tienen una atracción fatal sobre la imaginación y sobre la memoria. Obligan a mirar hacia atrás, a cerrar círculos, a revisar el itinerario recorrido e intentar adivinar a donde nos lleva.

Aquí empezó la vida como insomnio a mediados de diciembre de hace ya casi dos años. Comenzó para no perder la cabeza, porque el silencio no existe, para contar lo que aún no he contado.

Nació como un ejercicio de auto-hipnosis, como una terapia contra el más acá que siempre acecha. Y luego ha crecido y ha ido retorciéndose con el tiempo, con el paso de las circunstancias, con los cambios.

Quise pintar poesía y no supe, esculpir cuentos que se quedaron a medias, dibujar interiores y ampliarlos para que se vieran desde afuera. Decorar la vida es una obligación para todo ser humano, mentir es una necesidad biológica de la memoria, escribir es el escenario perfecto para congeniar la realidad y la ficción.

Doscientas pequeñas muertes, doscientos peldaños tiene ya esta escalera que nadie sabe si sube o baja, ni qué habrá más allá de las palabras que la sujetan, ni a donde van las cosas que se me quedaron sin decir.

Pero quiero dar las gracias a aquellas personas que me acompañan en el trayecto, que silenciosamente me observan caminar tropezando. Gracias a quiénes tienen el detalle de irse pero volver, cada cierto tiempo, a este trocito de viaje en el que también está mi vida expuesta en clave.

Gracias por leerme, por decepcionarse, por asombrarse, por aconsejarme, por discutirme, por desordenarme los renglones y por hacerme dudar de lo que siento, de lo que pienso y de lo que escribo.

Y muchas gracias al insomnio, muchas. El día que abandone, no será porque no duerma, como ahora y como siempre, sino porque habré dejado de soñar.

Pequeñas muertes

Los sueños son pequeñas muertes
tramoyas anticipos simulacros de muerte
el despertar en cambio nos parece
una resurrección y por las dudas
olvidamos cuanto antes lo soñado
a pesar de sus fuegos sus cavernas
sus orgasmos sus glorias sus espantos
los sueños son pequeñas muertes
por eso cuando llega el despertar
y de inmediato el sueño se hace olvido
tal vez quiera decir que lo que ansiamos
es olvidar la muerte
apenas eso

@(Mario Benedetti, «La vida, ese paréntesis», 1997)

Dormir

¡Yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir!… ¿Sabes?: el sueño
es un estado de divinidad.
El que duerme es un dios… Yo lo que tengo,
amigo, es gran deseo de dormir.
El sueño es en la vida el solo mundo
nuestro, pues la vigilia nos sumerge
en la ilusión común, en el océano
de la llamada «Realidad». Despiertos
vemos todos lo mismo:
vemos la tierra, el agua, el aire, el fuego,
las criaturas efímeras… Dormidos
cada uno está en su mundo,
en su exclusivo mundo:
hermético, cerrado a ajenos ojos,
a ajenas almas; cada mente hila
su propio ensueño (o su verdad: ¡quién sabe!)
Ni el ser más adorado
puede entrar con nosotros por la puerta
de nuestro sueño. Ni la esposa misma
que comparte tu lecho
y te oye dialogar con los fantasmas
que surcan por tu espíritu
mientras duermes, podría,
aun cuando lo ansiara,
traspasar los umbrales de ese mundo,
de tu mundo mirífico de sombras.
¡Oh, bienaventurados los que duermen!
Para ellos se extingue cada noche,
con todo su dolor el universo
que diariamente crea nuestro espíritu.
Al apagar su luz se apaga el cosmos.
El castigo mayor es la vigilia:
el insomnio es destierro
del mejor paraíso…
Nadie, ni el más feliz, restar querría
horas al sueño para ser dichoso.
Ni la mujer amada
vale lo que un dormir manso y sereno
en los brazos de Aquel que nos sugiere
santas inspiraciones. ..
«El día es de los hombres; mas la noche,
de los dioses», decían los antiguos.
No turbes, pues, mi paz con tus discursos,
amigo: mucho sabes;
pero mi sueño sabe más… ¡Aléjate!
No quiero gloria ni heredad ninguna:
yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir…

@(Amado Nervo, El estanque de los lotos, 1919)

El tiempo sin escribir

Ningún camino te lleva hacia mi casa, no pasan por aquí las vías de ningún tren. La parada del autobús, sí, está abajo, en una esquina; pero aunque llegases, no subirías.

Los telediarios no me escriben en sus noticias, ningún reportero está esperando en la puerta. Los vecinos no se saben mi nombre y el cartero nunca llama dos veces.

Desde aquí dentro, nunca sorprenderé a la vida espiándome. No tengo más remedio que salir a buscarla. Y de paso, me iré fijando en las rebajas.

El tiempo sin escribir es el tiempo de sentirse vivo, el tiempo de asesinar los silencios y espantar las oscuras golondrinas, no les vaya a dar por contradecirse y volver. El tiempo sin escribir conduce a la esperanza y al desastre, a la cuenta corriente deconstruida, al campo sin puertas y a la ciudad sin orificios.

He elegido vivir y, sin embargo, de tanto en tanto no puedo evitar la tentación de venir a suicidarme aquí, delante de estas letras. Pero no me mato del todo, tranquilos, solo un poco, y al cabo de un rato, vuelvo a salir.

El tiempo sin escribir es el tiempo de estar vivo y en silencio. Este otro silencio poblado de renglones es, solamente, una hoguera en la que quemarme las vanidades y guarecerme durante esos ratos en los que la vida se vuelve doméstica y tú estás ocupada y están cerrados todos los bares.

Alégrate por mí cuando vengan nuevos tiempos sin escribir en los que pueda recomponerme. Porque en cada silencio está el origen de la misma palabra que lo rompe.

Roto

Solo, en medio de todo;
estar tan solo
como es posible,
mientras ellos vienen
muy despacio,
se agrupan,
ponen su campamento,
invaden,
talan,
hunden,
derriban las palabras
una a una,
se reparten mi vida,
poco a poco,
levantan su pared
golpe a golpe.

Después se van;
se marchan
lentamente,
pensando:
—Nunca podrás huir de todo lo que has perdido.

Tal vez tengan razón.
Tal vez es cierto.

Pero llega otro día,
el cielo quema
su cera azul encima de las casas;
yo regreso de todo lo que han roto,
busco entre lo que tiene
su propia luz,
encuentro
la mirada del hombre que ha soplado unas velas,
el limón que jamás es parte de la noche;
ato,
pongo de pie,
reúno los fragmentos,
me convierto en su suma.

Y todo vuelve
otra vez;
las palabras
llegan donde yo estoy;
son las palabras
perfectas,
las que tienen
mi propia forma,
ocupan cada hueco
y cierran cada herida.
Las palabras que valen para hacer estos versos
y sentarse a esperar que regresen los bárbaros.

@(Benjamín Prado, Todos nosotros, 1998)

Museo

—De tanto tener los brazos levantados —dice en voz alta el dos de mayo—, he dejado de creer en los fusiles. ¡Que alguien me lleve al jardín de las delicias o me emborrache, como a esos que tengo enfrente!

Sé que Velázquez ayuna los sábados mientras mira visitantes desde sus Meninas. Por eso se deja la hogaza del almuerzo en el filo de la mesa, a punto de caerse al suelo.

Preferiría haber sido —añade el no fusilado— conversador en pijama sobre paredes azules, adorador del heno, cirujano de piedras de la locura. Podría estar eternamente retorcido de gusto en un beso rodeniano o hirsuto del dolor de San Sebastián.

—A mí, en cambio, me encanta ser Durero —interrumpe Durero desde su auto-suicidio.

—No le hagan caso —replica la víctima de Goya—. Que si aquí los días son amargos, si matan la esperanza con el lumbago de la interminable rendición de Breda, las noches de museo son terribles: cuando las luces se apagan y nadie nos mira, los caballos relinchan, las paredes se llenan con los ojos vidriosos de los retratados, la fe de los mártires no mueve ni el óleo y tiritan de frío y deseo las majas, sobre todo las desnudas.

Fíjense bien en este ejemplo. De tanto querer mantener esa mística sonrisa iluminando los siglos y el centro de la sala, la Mona Lisa ha dejado de creer en el sol, en su Leonardo y en las lágrimas.

Teman los efectos, no se arriesguen a acabar sus días protegidos por un museo, escarmienten de tanta vida y no se les ocurra nunca salir en un cuadro.

79

Primero,
pintar retratos sin modelo.

Después,
pintar autorretratos sin modelo.

Quizá se pueda entonces
pintar la nada con modelo.

@(Roberto Juarroz, Sexta poesía vertical, 1975)

Azul oscuro casi negro

Casi negro, porque todo es trascendente, cuando respirar es un ejercicio de supervivencia. El corazón, sin embargo, late solo, por instinto; ajeno no, pero alejado, con un imparable amarillo que tal vez se vuelva ocre por las noches de desvelo.

Había un verde oscuro casi negro en el horizonte. Pero después de tanto secano, por fin, lloviste a media tarde y las sombras antiguas ahora producen otra luz menos invisible.

Quiero dejar de ver el gris oscuro casi negro con que tiñe el miedo tus miradas y la desazón del rojo oscuro casi negro en la sangre congelada por los nervios.

Respira hondo, piensa blanco, ríe brillos y cógeme por la claridad de la piel de invierno que todavía tengo. Hazme florecer la primavera a puñados, envuélveme el futuro entre las líneas de tus manos y deja que venga el verano lentamente, sin prisa, sin poner plazos.

Derritamos en celeste ese azul oscuro casi negro que se te mete en los huesos y te tiembla en la boca. No vas a volverte loca, no te dejaré: antes verde.

Qué ruido tan triste

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman,
parece como el viento que se mece en otoño
sobre adolescentes mutilados,
mientras las manos llueven,
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
cataratas de manos que fueron un día
flores en el jardín de un diminuto bolsillo.

Las flores son arena y los niños son hojas,
y su leve ruido es amable al oído
cuando ríen, cuando aman, cuando besan,
cuando besan el fondo
de un hombre joven y cansado
porque antaño soñó mucho día y noche.

Mas los niños no saben,
ni tampoco las manos llueven como dicen;
así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,
invoca los bolsillos que abandonan arena,
arena de las flores,
para que un día decoren su semblante de muerto.

(Luís Cernuda, Los placeres prohibidos, 1931)

La última gota

De semen blanco escanciado

entre los pliegues de una sábana,

de sudor anónimo y cotidiano,

de algún caldo lentamente

cocinado entre pucheros,

de agua de la lluvia que desata

la tormenta de una despedida,

de la saliva de un beso furtivo

que atraviesa una primavera,

de la espuma del mar empujada

por la brisa y el salitre,

de una lágrima escapada

de la risa o de un suspiro,

de la sangre de tu herida

o de la de tu enemigo,

de la escarcha,

del mercurio de una fiebre,

de la nieve

o de la tinta que se agria

sobre el papel de este poema

en que me lees,

la última gota es la que siempre

desborda el vaso.

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