La vida es insomnio, que no sueño. Se equivocaba Calderón.

enero2025 (Página 3 de 4)

La depresión colectiva

La vanguardia de la ciencia médica, la socio medicina, a través de un estudio recientemente publicado, está alertando de una nueva enfermedad que ya afecta a diez de cada doscientas personas y que se agudiza especialmente cuando comienza el verano.

Se trata de la temida depresión colectiva, caracterizada por un excesivo desarrollo del hábito de los hábitos, tendencia al sedentarismo pernicioso, problemas de sueño asociados a etapas sensorio motoras y a principios de globalización, tropiezos con las fuentes epistemológicas y aversión a la indescifrable numeración de los decretos.

Los sujetos que la padecen sienten impulsos suspensivos, que en ocasiones extremas les conducen a padecer ataques de risa tonta, dolores articulares (de índole programática) y trastornos estomacales por otoñitis. En casos graves sufren ataques de sopor insoportable y tienden a discutir encarnizadamente por un quítame allá esas décimas.

Por último, sufren trastornos del oído (falta de audiciencia) o del habla (calamonasias, trastofasias y antifasias inversas) de modo que les resulta ininteligible el discurso de personas de otros planetas.

Véanse los siguientes ejemplos, referidos por varios pacientes aquejados de esta enfermedad:

Motrizmente hablando, y una vez defensada la programación en orden entero-distal y próximo-insignificante, es conveniente desarrollar el hábito de los hábitos; para lo cual pasaré a explicar la rutina de las rutinas.

Hay que inmersar al niño en su entorno, transversalizando para ello los contenidos areales; si bien no de modo intensivo, sino preferiblemente en forma surrepticia. «Y a la misma vez» trabajamos las áreas con una gran globalidad.

Lo que está claro es que para que los aprendizajes sean significativos, tienen que ocurrir dos cosas: la primera es que sean significativos y, la otra… bueno, da igual, me salto la adivinanza. Y hay que ser realistas: no puedo llevármelos de viaje a la sierra, así que los sacaré al parque, que desde allí se ve perfectamente.

Los niños se pueden agrupar individualmente, ya que el muñeco es hiloconductor de una programación que «se hace para no dejar nada a la improvisación» (Palacios, Marchesi y Coll) pero que se me ha olvidado poner las actividades, ya las pondré más adelante. Pero, vamos, así ahora, se me ocurre ponerles una ficha para que distingan entre ancho y corto.

A principios de octubre haremos una fiesta en la que invitaremos a las familias para que los niños puedan «conocer a sus padres». Porque hay que partir de sus intereses y necesidades, pero que este año nos ha tocado disfrazarnos de indios.

Los niños se acercan a la realidad con los cuentos, porque en los cuentos salen castillos, bosques, lobos y zorras… que son cosas que existen en su entorno natural.

Si bien decía Voltaire que el secreto para aburrir a la gente es decirlo todo, convengamos que, la manera más efectiva de hacerlo, es no decir nada, pero usando muchas palabras.

Los hombres del tiempo

Había una vez un hombre del tiempo al que le encantaba su profesión. Dedicaba todos sus esfuerzos, miraba en internet los datos del satélite, comprobaba por teléfono el clima que hacía en otros lugares del mundo que tenían la misma latitud que el suyo, la misma longitud, la misma altura, la misma distancia a la sierra y al mar que su ciudad.

Dedicaba horas y horas a elaborar pronósticos minuciosos, debidamente razonados y analizados. Y llegado el momento, pronosticaba a sus convecinos el tiempo que haría al día siguiente.

Con todos estos datos en el corazón, siempre pronosticaba lluvias. Si fallaba en su pronóstico del tiempo y el día siguiente era soleado, como es natural, le fastidiaba mucho haberse equivocado. Aunque su verdadero problema era que también le fastidiaba acertar porque, cuando su vaticinio era correcto y las nubes lloraban desde el cielo, recordaba la tristeza infinita que le embargaba en los días de lluvia.

Entonces, al cabo de unos años, se encontró con otro hombre del tiempo algo más viejo con el que entabló amistad. Se intercambiaban datos, comentaban las incidencias meteorológicas y las no tan lógicas, sus impresiones y sus cuitas. Pero nunca coincidían en el pronóstico. El otro siempre pronosticaba días fantásticos, soleados pero no calurosos en exceso y con la posibilidad de brisas suaves que lo hicieran aun más agradable.

La ciencia de la meteorología, al igual que la amistad, tiene ese gran defecto, esa gran virtud: cuando se empieza hablando de nubes y temperaturas, al final salen en la conversación las tormentas de la cabeza y las precipitaciones del corazón. Y le contó lo que le pasaba, su extrema desazón fuese cual fuese el resultado de su pronóstico, en tanto que, el otro hombre del tiempo siempre parecía contento.

El hombre del tiempo mayor respondió:

—¡Ah, naturalmente! No es ningún secreto lo que te voy a contar, todo el mundo lo hace. Yo no intento acertar el tiempo que va a hacer mañana, eso no está escrito en ninguna parte: lo que pronostico es el tiempo que me gustaría que hiciera.

—Ya, ya, míralo que iluso… Pero… ¿y si te equivocas?

—Si me equivoco y mañana el sol derrite las aceras, ya procuraré buscarme un aire acondicionado o ponerme a la sombra. O le pediré a alguien que que me abanique o que me haga sudar con motivo. O igual voy a la piscina y encuentro bikinis que mirar. O me aguantaré sudando hasta la deshidratación, sabiendo que todo llega, pero que todo pasa.

—Pero ¿y si llueve?

—Si me equivoco y llueve, bueno… me gusta la lluvia, según de qué manera y con quién. Aunque lo que verdaderamente me pone contento es que, a veces, acierto. Y entonces disfruto de ese día que me deja tocar los sueños.

Pero el hombre del tiempo lluvioso, aun después de entender la respuesta, no quiso dejar de pronosticar mal tiempo. Era superior a sus fuerzas: prefería tomarse la realidad cruda antes que probar la fantasía en almíbar.

Y es que para quien siempre apuesta a la lluvia, ningún sol es suficiente. Para quien apuesta a la humedad, nunca encuentra ropa seca que ponerse. Para quien apuesta a perder, todas las victorias son mentira.

Y colorín colorado, este cuento de verano se ha acabado.

Naturalmente, es un cuento con metáfora, porque, como ya se habrán dado cuenta al leerlo, no estoy tratando de hablar de meteorología, sino de la agricultura de los sueños para ganaderos del corazón.

Latido

A veces me pregunto
si tiene sentido escribirle al silencio.

Como esta noche…
Yo estaba en el mirador.
Siempre estoy en un mirador esperando a que pase.

Me parece abarcar el horizonte con la palma de mi mano,
pero en realidad no toco nada.
Solo rozo este aire que mañana será otro,
aunque intente convencerme de que es el mismo.

La ciudad me desafía y enciende sus miles de luces,
yo enciendo mis sentimientos.
Tú también eres perro viejo y lo sabes.
El consumo del corazón sube cuando asoma la luna,
se contamina la piel
de energía gastada en horas punta.

A la mañana siguiente solo quedan residuos.
Pero nadie me enseñó a reciclar lo que siento.

Soy tonta. Rematadamente tonta.
Me dejo alumbrar por esas luces que palpitan
por mis caricias,
pero laten sin mi vida.

@(Alicia Choin, poema inédito, 2011)

De viaje

Ir para volver. Cambiar de contexto, estirar los brazos y los ojos, suprimir las ataduras y dejarlas al mínimo.

¿A dónde vas este verano? Y uno contesta —en función de muchas circunstancias afectivas y económicas— que se viaja a Malasia, a Bali, a Nueva York, a Galicia, a Cantabria, a Valencia, a la playa o a un bar chiquitito de la calle Navas.

No es que no lo sepan, es que se olvida que un viaje solo es viaje si acaba en el punto de partida. Cualquier otra cosa, acaba siendo una huida. Van, pero para volver, esa es la meta.

Y para el camino, hay que ir preparando el equipaje. Darse cuenta de todo lo que no nos va a hacer falta, ignorando que solo a la vuelta se puede saber lo que se ha echado de menos.

¿A dónde voy yo este verano? ¿No te lo he dicho todavía? Este verano me voy de viaje hacia septiembre. Tengo el billete en la mano y el equipaje preparado. Llegue como llegue, sólo entonces sabré qué es lo que verdaderamente voy a echar en falta.

Lo que nunca se termina de saber, ni a la ida ni a la vuelta, es quien te ha echado de menos a ti. Ni por qué.

Poética

Porque apenas recuerdo
la vida no vivida
voy dejándola escrita
en unos cuantos versos.

@(Javier Bozalongo, Viaje improbable, 2008)

Nube de nada

Hay un lugar en que la vida tiembla
ante el viento y la noche
igual que un pensamiento equivocado.
Un lugar de cristal que alguien ha roto
y en que ya no andará descalza la inocencia.
Un lugar en que flota
el cadáver de un niño ahogado en un mar de relojes
que giran con el dolor de los juguetes averiados.
Y ese mar suena a orquesta de difuntos que interpreta
las partituras indescifrables del tiempo.
Y hay un baile de espectros incesantes,
y sus rostros son los mismos de aquellos
que andaban por la casa, que hablaban de viajes y países,
que traían regalos de ultramar,
cuando tenía
antifaces la vida, y era la dama loca
que se abría como una flor de nieve
cada día en los ojos
que miraban asombrados los naufragios
de los buques fantasmas,
el vuelo de las cometas en la playa errabundas
y la fugacidad
de los castillos de pólvora, al final de los veranos eternos,
cuando se desgarraban los toldos por el viento y volaban
por las calles vacías los sombreros perdidos,
plumas de gaviotas y arenisca, los jirones
de carteles de cines y de circos
que traían el silbido de las balas,
la furia de las fieras
y los ojos vendados del lanzador de cuchillos
ante la ruleta de la muerte.
Hay un lugar en que aún suenan
los broncos abordajes de piratas a los barcos británicos,
el rugido de tigres de Bengala
y la sonrisa rota
de los magos de Holanda y de Turquía.
Hay en ese lugar
imágenes borrosas de mujeres
en cuartos de hotel, en asientos
traseros de unos coches furtivos, parados en los bosques
como brillantes amuletos de juventud;
imágenes borrosas de mujeres
en alcobas prestadas, en pasillos
de edificios que tienen
la condición de laberintos recordados.
Hay un lugar en que recorren
las sierpes del rencor la arena blanca.
Hay un lugar en que todo está dicho
y todo está perdido.
Y ese lugar —apréndelo— es tu corazón.

@(Felipe Benítez Reyes, El equipaje abierto)

Monasterio

Supe del grito

por la piedra tallada,

por el silencio de las columnas

hechas garganta.

Supe de la soledad

por las ranuras, por el eco

del órgano, por el viento

atrapado en las laderas.

Después supe del escalofrío,

del desencanto hecho explanada,

del miedo elevado a castillo.

El mismo montón de piedras

puede ser monasterio, muralla,

refugio para peregrinos,

ruinas abandonadas.

¿Qué es lo que convierte

una retahíla de besos

en esperanza que aliente el deseo

o en derribos asolados

por la intemperie?

Quiero que sepas del grito

por estos renglones tallados,

por el silencio de este poema

hecho garganta.

Las edades de la mujer

Cierras los ojos como una recién nacida que se encarama a los balcones del sueño agarrándose a la almohada.

Giras en la cama sin que nada se adivine de ese otro mundo en el que habitas. Nada se adivina, excepto tal vez un pequeño extremo del viaje que se te sale en una sonrisa por la comisura de los labios.

Con la luz vas creciendo, el reloj te lleva de la infancia de las sábanas hasta la pubertad del muslo que aflora, hacia la juventud del pie ingrávido que se contorsiona y se desliza y, en el último remoloneo, poniéndole horario a la libertad de la cama revuelta y adictiva, saltas a la claridad desconocida del cuarto con el gesto duro de una mujer decidida que nadie sabe que no lo es tanto.

Cuando despiertas, pasas de puntillas por todas las edades de la mujer hasta encontrar la tuya y sincronizarte con la edad que te dejaste ayer esturreada entre la maleta y la mesilla.

Ahora puedo decirte cuánto me asombra. Ahora puedo porque he sido testigo de como van pasando tus edades y tus horas, una a una, suavemente, como quien juega a rayar el agua del estanque en que se mira.

Bebida de turista

Los monumentos son la bebida de los turistas. Los vi desperdigados, les hurgué los huecos con las manos, les palpé su edad en los catálogos y las placas, acerté su estilo desamparado, comprendí el silencio que encierran como tesoro.

Tanta piedra, ordenada, sublime, que se eleva sobre la colina, que destaca por encima de otras piedras, tanta piedra, tanta.

Fríos retablos policromados que explican historias fotográficas, púlpitos que te miran desde un punto elevado, almenas, murallas, criptas, hazañas esculpidas de los santos.

Tantas columnas, tantas campanas, un mundo hecho para los cañones y contra las lanzas, tanta piedra antigua, tanta sangre requerida para tallarla.

En aquel desierto de pórticos, en la densa selva de murallas, borracho de arcos góticos y barroco de sandalias, he vivido, peregrino de cervezas, intentando salvar el alma que llevaba en los pies.

Los monumentos son la bebida del turista y hay que tener cuidado con ellos porque emborrachan.

Yo soy mi propio monasterio

Ya sé que mis ojos son visigodos,

que el arco de mis labios

tiene su clave de noche oscura,

que mi corazón tiene ventanas

en forma de herradura

que busca llave.

Padezco de gruesas columnas

llenas de piernas románicas,

un pecho criollo, brazos indalos,

cicatrices aztecas en el alma,

pensamientos apaches y tagalos

que se entrecruzan.

Mis manos son barrocas, pacientes,

mi lengua es salomónica en la tuya,

arcos góticos llevo en los dientes

para sujetar las bóvedas de crucería

de tus pechos de media luna.

En mi vida interior

siempre hay un claustro, el silencio

que guardo entre mis piedras

es un ábside en el que resuenan

el tacto de tus órganos de viento.

Has llegado, peregrina.

Yo soy mi propio monasterio.

Refúgiate dentro, dame vida.

Cristales rotos

Una vez un niño —muchas veces muchos niños, miles de veces miles de niños, todas las veces todos los hombres— me dijo con cara de incredulidad, mientras observaba los cristales desparramados por el suelo:

—Yo no lo he tocado. Se ha roto solo.

Esa vez a ese niño —muchas veces a muchos niños, miles de veces a miles de niños, todas las veces a todos los hombres— le respondí con cara de incredulidad, mientras observaba los cristales desparramados por el suelo:

—Si se ha roto solo, solo se arreglará.

Pero no. El niño y yo esperamos en vano observando los cristales desparramados por el suelo. No se arregló solo. No hubo más remedio que recoger los dichosos cristales que tanto tiempo estuvimos observando.

Aquel niño —que era yo—, dejo de ser niño recogiendo cristales desparramados por el suelo. Siempre hay un suelo del que recoger cristales que, ahora lo sé, no se rompieron solos.

Sea cual fuere la causa, todos los cristales rotos cortan y, además, no pueden arreglarse. No conviene empeñarse. Ni aun siendo uno mismo el cristal que se resquebraja.

La última vez

Ahora que todo es carne,

que el calor enciende el silencio,

ahora que tu cadera coincide

con todos los límites que diviso,

ahora que tus labios se hacen domésticos

y tu rostro desaparece de un mundo

para quedarse grabado en el otro,

ahora que todo es aroma,

que no hay afuera nada que no esté dentro,

ahora que sé para qué contengo en la memoria

la respiración que antecede a los besos,

ahora, precisamente ahora,

justo ahora que he descubierto en tus brazos

el sinsentido del tiempo,

ahora que cierro los ojos para abandonarme

al tumulto que noto en la sangre

sobre el perímetro de este sueño,

ahora que los ahoras se detienen,

ahora, por fin, es ahora,

el único ahora que no entiendo

por qué es pasado siempre.

Por septiembre

Por septiembre
se te llenan de sótanos los labios
y es relativo el cielo
después de haberte visto preguntarle a la vida.
Pero también el cielo,
arrugado y preciso
como tu cazadora adolescente,
quiere estar entreabierto,
brillar recién amado,
descansando en la hierba
el peso de su larga cabellera de nubes.

Por septiembre
se te llenan de humo los síes en la boca.

@(Luís García Montero, Diario cómplice, 1987)

Entrenamiento

Para escapar del miedo, se lo dije rozando el aro de la canasta, tocando la red por la cinta, apostado en la cal de la raya.

Los vínculos son un deporte, un juego que si no se practica se queda en mueca, en el olvido del número que llora en la espalda de una camiseta.

Se lo dije, hay que practicar a conciencia, entrenarse todos los días, sufrir esguinces de impaciencia cuando nadie te pasa la pelota, saltar cuando los otros marcan y levantar al que tropieza.

Le dije que viniera cuando quisiera, que siguiera jugando con mi raqueta, con mi pala, que pisara el césped a pesar de la arena.

Lo que no le dije es que a mi edad el amor es un vínculo peligroso, siempre se juega contra todos, sin reglas, nadie te saca de esquina y todos los espectadores son jueces de silla.

Los vínculos son un deporte y quienes no lo practican envejecen.

Voy a dormir

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…

@(Alfonsina Storni)

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