La vida es insomnio, que no sueño. Se equivocaba Calderón.

noviembre2024 (Página 2 de 3)

En blanco y negro

Dicen las estadísticas las verdades más frías y las mentiras más candentes. En ellas se refugia la ignorancia de las cosas escrita con números rígidos.

Se aturden milimétricamente las certezas esdrújulas que adoran al dios minúsculo que nos quiere para hacer sumas. El alma se reduce a dígitos, a fotogramas ínfimos de una vida extensa, a indicios de un silencio consabido que nadie pronuncia, al término medio inexistente en lo implícito de las conciencias.

Y puede ser que acierten, que la mezquindad del mundo sea la leche más mamada, que no seamos más que números que bailan en una tabla y que el corazón de los hombres haya sucumbido a las matemáticas.

Puede ser que acierten con su catalejo y que yo, viviendo a simple vista y mirándote como te miro, absorto, no entienda la desviación típica ni la frecuencia con la que los otros puedan sentir lo mismo que yo.

O será que no sigo la moda y me salvo de la media al tener la mediana edad de no querer entender que todos los colores de ese mundo al que me lleva el brillo de tus ojos, puedan estar hechos, tan solo, con blanco y negro.

Vocación de nube

Estuve escuchando a un poeta que me hablaba del entusiasmo, de decir que no y seguir adelante hacia todos los síes que aun nos quedan. Yo estaba en el centro, en el sitio en que se cruzan los abrazos que me hacen falta, en la esquina del secreto con el que la vida se despliega como un atlas.

Eché de menos ese recuerdo que me bastaba para hacer por las noches un melodrama que llevarme a la boca. Me dieron ganas de zambullirme en el torrente que empieza a abrirse paso cuando, como ahora, esta misma mañana, el invierno arrecia de mariposas blancas.

Después de la luna llena, estuve escuchando una guitarra que sonaba a encuentro, al gasto de papel que nos va en recuerdos, a lo marchito que los quizás me dejan en el frío y a cómo me muerden los astros y su maquinaria.

Y de pronto son años, de repente la tristeza, a borbotones el ruido lejano de las casas deshabitadas.

La luna ha seguido en otras noches y espero otras caras, otras voces más cercanas. Y yo, cuando hago recuento de no tener nada, me caigo en estas páginas, me embadurno de ausencia y me levanto mirando las semanas que quedan por doler.

Pero tengo vocación de nube y ya oigo el viento que acecha, un poco más allá de las persianas, para llevarme, cualquier día, a resolver un problema de física aplicada.

Física aplicada

Suponiendo que un hombre, una mujer
parten de puntos divergentes, dispersos en un plano,
lugares que se ignoran entre sí,
y a la velocidad del entusiasmo
emprenden la aventura, se ponen en camino,
van por ahí remando en aguas turbias,
van por ahí escuchando el vasto germinar de las semillas,
al acecho, en sigilo, ahuecando la tierra a la esperanza,
suponiendo que trazan trayectorias de curso irregular,
cada cual a su amor, virando al viento,
quebradas trayectorias cuyo sentido puede
al mínimo temblor girar hacia el vacío,
suponiendo el afán, la búsqueda, la sed,
el ensueño del goce, la ilusión y la ausencia,
calculemos, a golpe de intuición,
cuántas veces tendrán las trayectorias
que cruzarse en el brillo de unos ojos,
unos labios que invitan, unas manos que asienten,
para incendiarse a un tiempo, hombre y mujer, sembrar la tierra
de llamas como ráfagas de lluvia.

(Eduardo García, La vida nueva, 2008)

El juego del azar

Ahora ni siquiera es una larva, la abeja que te asustará zumbando su ruido monótono al entrar por la ventana. Sumergida en el agua que anega el llano, sigue esperando la sal que se te derramará en la cocina, a que salga el sol enarbolando verano, para despojarla de su forma líquida.

Como duerme la brisa, que se enredará en tu pelo cuando te vuelvas para mirarme, entre las olas del mar sin espuma que roza una caleta. Mientras, nacerá en un semillero la menta que atrapará mis sentidos en tu hálito fresco cuando disfraces el deseo con un suspiro. Corre todavía, por el tronco de un ciruelo, el azúcar que moverá tu mano fría sobre mis dedos.

Aún está atrapado en la hoja de un árbol, el aire impaciente con el que te besarán mis labios. Viaja despacio, sin prisa, escondida entre las nubes, la gota de sudor que resbalará en mi frente cuando te desnudes. Estallará tu risa en cascabeles y rebotará su eco sobre paredes que todavía ni siquiera son ladrillo. Ahora son apenas un hilo, las sábanas que romperán con su vuelo de seda aquella figurita de cristal que hoy sólo es un puñado de arena.

Dónde buscarte, si el futuro siempre está en el aire. Somos naipes del castillo, polvo que gira en el baile de una veleta, gotas de un remolino que se pierde en el mar. ¡Es tan difícil el azar! Y la vida es tan incierta que nadie busca lo que encuentra porque nadie sabe lo que quiere buscar.

Pero mi corazón me ha convencido de que, aunque ahora parezca imposible, cuando tus susurros se agiten en mi oído y te envuelvas en mis brazos para dormirte, lo difícil se habrá vuelto sencillo. Todo lo inexplicable cobrará sentido y el juego del azar resultará tan evidente, que no te extrañará saber que empecé a quererte… mucho antes de haberte conocido.

Antonio Praena desde su atril, me ha traído a la memoria este sueño que escribí hace casi cuatro años. Y he vuelto a reflexionar sobre el asunto de las coincidencias.

Si es verdad que, mirando hacia atrás, las coincidencias son maravillas que se nos presenta sin orden y sin estructura, que brillan un momento, nos asombran y después desaparecen en el pasado, también es cierto que mirando hacia adelante, se transforman en semillas de lo venidero. Y el asombro se multiplica.

Antonio se pregunta «¿O quizá la necesidad de encontrar armonía, conexión, entre los trozos rotos de la propia vida, confluencias?» . No lo sé, pero creo que posiblemente la sincronía sea nuestro más firme escudo contra los caprichos del azar.

En todo caso, sé que cada instante que vivimos empuja el siguiente, que nada está quieto, que todo se decide en cada momento y no en uno sólo. Nosotros somos los sembradores de un futuro que, a veces, nos parece que sólo es una simple coincidencia.

Pero no lo es.

Meteorología

Por el fragor del beso se sabe

dónde está el fuego, cómo arde

la noche, hacia dónde tiritan

los pétalos de las margaritas.

Por el estruendo de los labios

uno reconoce huracanes en la sangre,

el sabor de la tormenta de encontrarse,

la humedad que tiene la vida.

Hoy hay un beso en el aire,

un beso de taberna o de cantina,

que no sabe si ahogarse en cerveza

o en melancolía.

Ahora noto en la boca la duda

del ruido de un beso pendiente

que no puede esperar a mañana

porque por la meteorología del beso se sabe

de las sábanas y de su temperatura,

como por el silencio se sabe del insomnio

y de la posibilidad de lluvias.

Entre costuras

Le fue zurciendo un hilo de besos por el filo del mentón. Ella estaba sentada y reclinó la cabeza para poner su cuello al alcance de aquellos labios de tricotar.

De pie, justo detrás, le apartó un poco el pelo para continuar con la costura. Punto inglés sobre el lóbulo de la oreja, un beso del derecho, un mordisco del revés y entretanto las manos fueron bajando por su cuerpo, intentando desmadejar el ovillo de sus pechos.

Se pinchó con ellos y le gustó notarlos duros pero atentos, altivos pero tersos, sumisos a las órdenes de sus dedos, que pretendían bordar con ellos un encaje de bolillos.

Siguió hilvanando de besos su hombro mientras las manos palpaban su vientre pespunteando la piel en busca del ombligo. Pero pasaron de largo para poder hacer luego un dobladillo y llegaron hasta los alrededores del botón que detiene el tiempo.

Pasó por el oído para pedir que sésamo se abriera y le hizo caso, porque las piernas dejaron su ojal secreto al descubierto. Él le grapó la boca con la suya y ella entreabrió las comisuras de todos sus labios, unos dejándose bordar con la lengua y los otros, con el roce del deseo.

El paño estaba mojado, hubo que avivar el remiendo, entrar y salir con el hilo, abrir un poco el hueco, repasar los bordes suavemente, acelerar el pespunte y la respiración… Concentrar las puntadas, alternar el cosido redondo con el tricoteo, hasta que un suspiro del aire dejó escrito en el silencio que había terminado el arreglo.

Entre ensayos de costuras, pasa el tiempo hilvanando sueños. Y en sus sueños ella gime y suspira, como un remiendo, sin decir palabra.

Problemas de memoria

No puedo pronunciarte pero te tengo en la punta de la lengua. Extraño emplazamiento para guardar y perder cosas.

La punta de la lengua es el lugar geométrico de los puntos en donde los nombres se confunden, donde se acaban los pensamientos y empiezan las palabras. Es el principio de la boca por la que muere el pez.

Es un radar que detecta temperaturas y humedades, una escultora de círculos, perita de puentes y canales. Una arquitecta que erige pezones como monumento, una bombera que enciende los mismos fuegos que apaga.

Es el punto por el que se cuelan los besos, por donde se escapan si no vienen otros de refresco y en donde deciden si quedarse o no. La punta de la lengua es, cuando choca con otra, el centro del universo. El hogar donde habitan todos los síes y donde muere la palabra «no».

No quiero tenerte sólo en la cabeza o en el corazón. No quiero que pises el olvido ni que habites mi memoria. ¡No te muevas! Disculpa si no puedo decirte con más claridad que te tengo donde quiero tenerte: ahí, en la punta de la lengua.

Deshora

polvo serán, mas polvo enamorado
Francisco de Quevedo

La cercanía infranqueable entre sus cuerpos.
Un puente de miradas donde se cruzan
y se separan.
En sus labios:
un vaivén de palabras
o de silencios
—no la lenta fragua del beso.
No el hondo goce
ni la dicha tersa
de las desnudeces enlazadas:
sólo el roce eléctrico
de los muslos que se adivinan.

Sólo el asombro de conocerse
en la esquina
de los tardíos encuentros.

Y el sueño donde quizá se poseen
al lado
de otro cuerpo que duerme.

Y el carbón del deseo
que ha de volverse sin duda
puro diamante

al precio de no haber sido nunca
los dos el mismo leño
la húmeda llama
en el lecho
de esta única vida.

(Eduardo Mitre, Líneas de otoño, 1993)

Edades del hombre

Me encuentro en una edad rara,

a medio camino de cualquier otra,

lejos aún de todas partes,

repleto de humos que se están yendo

cuando parece que se quedan.

He perdido la indolencia; y la inocencia

vuelve a abrirse paso entre lo amargo,

llevo encima tanta decepción como entusiasmo,

me vislumbro en cada cosa que regresa

y me canso de tanto intentar en vano

ordenar con ellas mi desconcierto.

¿Cuántas manos caben en la memoria

de una piel que se reseca a la intemperie?

A fuerza de estarme quieto

he aprendido a amar lo que no se mueve,

a filtrarme en las páginas en blanco

buscando las verdades que me faltan.

Estoy en una edad muy rara, en un punto

de mi historia que tarda en despejarse,

junto a tantos otros que, como yo mismo,

parecen no estar esperando nada,

cuando todo me sabe a ceniza y, sin embargo,

sé que éste es el tiempo, que ésta es la vida,

y que adoro sus caprichosas estafas.

Variación sobre una metáfora barroca

A Carlos Aleixandre

Alguien trajo una rosa
hace ya algunos días, y con ella
trajo también algo de luz;
yo la puse en un vaso y poco a poco
se ha apagado la luz y se apagó la rosa.
Y ahora miro esa flor
igual que la miraron los poetas barrocos,
cifrando una metáfora en su destino breve:
tomé la vida por un vaso
que había que beber
y había que llenar al mismo tiempo,
guardando provisión para días oscuros;
y si ese vaso fue la vida,
fue la rosa mi empeño para el vaso.

Y he buscado en la sombra de esta tarde
esa luz de aquel día, y en el polvo
que es ahora la flor, su antiguo aroma,
y en la sombra y el polvo ya no estaba
la sombra de la mano que la trajo.
Y hoy veo que la dicha, y que la luz,
y todas esas cosas que quisiéramos
conservar en el vaso,
son igual que las rosas: han sabido los días
traerme algunas, pero
¿qué quedó de esas rosas en mi vida
o en el fondo del vaso?

(Vicente Gallego, La plata de los días, 1996)

Voyeur

Déjame mirarte a los ojos, que descanse un momento en su nieve, que me arme de valor de nuevo. Déjame cortarme con su acero, traspasar el horizonte de su brillo, empaparme con su humedad.

No quiero asustarte, tan sólo atrapar el instante, sobrevivir al silencio incesante de las palabras, intentar un malabarismo y mirarte como si no nos conociéramos de nada.

Quiero saber cómo estoy, déjame mirarte a los ojos, cuenta hasta tres, parpadea vigorosamente para ahuyentarme las mentiras, apriétalos como cuando duele y entórnalos después en una playa, suavemente, méceme entre las olas, rescátame de los naufragios, mírame.

Y déjame mirarte aquellos primeros ojos, los últimos, los que nunca he visto, los que tienen sed, los risueños. No te haré perder mucho tiempo, descuida, una noche, una semana, un abril, una vida será suficiente, aprendo rápido.

Mayo

Déjame mirarte a los ojos.
Quiero saber cómo estás.
Rainer W. Fassbinder

Mira, ha entrado mayo,
Ha extendido su párpado azul sobre el puerto.
Ven, hace tiempo que no sé de ti,
Se te ve tembloroso, como esos gatitos que ahogamos siendo niños.
Ven, y hablaremos de las cosas de siempre,
Del valor que tiene ser amable,
De la necesidad de arreglárselas con las dudas,
De cómo llenar los huecos que tenemos dentro.
Ven, siente en tu rostro la mañana,
Cuando estamos tristes, todo nos parece oscuro;
Cuando estamos fuertes, el mundo se desmigaja.
Cada uno de nosotros guarda algo desconocido de las vidas ajenas,
Sea un secreto, un error o un gesto.
Ven y pondremos verdes a los vencedores,
Saltaremos desde el puente riéndonos de nosotros mismos.
Contemplaremos en silencio las grúas del puerto,
Porque estar juntos en silencio es
La mejor prueba de la amistad.
Vente conmigo, quiero cambiar de país,
Dejar este cuerpo mío a un lado
Y meterme contigo en una concha,
Con nuestra pequeñez, como los bígaros.
Ven, te espero,
Continuaremos la historia interrumpida hace un año,
Como si no tuvieran un círculo más
los abedules blancos de la rivera.

(Kirmen Uribe)

Ridículo

Me pareciste más gordo, pensaba que eras más viejo, no puedo contarle a nadie lo sucedido. Creía que era más grave, estaba pensando en mis musarañas, no quería decir eso.

Me siento vulnerable, nadie lo diría al verme. No eres tan frágil como pareces, no tengo el corazón en venta, la compasión no es el camino. La tranquilidad es una estafa y la constancia es puro delirio.

A veces me siento un poco ridículo cuando me doy cuenta de que, en este mundo, el continente nunca se parece al contenido y, entonces, aun así, me sorprendo mirando a las personas como quien se asoma a un espejo.

Cuando se desgastan las suelas y el tumulto se envenena de frío, cuando acechan las muertes que vienen sin avisar y me miro empapado de dignidad, envuelto en humo a mis años, derramándome en cerveza por las tormentas y las aceras con eco, me siento ridículo.

Si dijera todo esto que digo en la barra de un bar, si contara mi mundo en verso a cualquier conocido, si escuchase mis propias palabras en conversaciones del asiento de atrás del autobús, me chirriarían en esperpento todos esos mismos goznes imprecisos que tú me abres con tanta seda.

Creo que, en el fondo, tan sólo escribo poemas para no sentirme ridículo.

La verdad que hay en la mentira

Al lector se le llenaron de pronto
los ojos de lágrimas,
y una voz cariñosa le susurró al oído:
—¿ Por qué lloras, si todo
en ese libro es de mentira?
Y él respondió:
— Lo sé;
pero lo que yo siento es de verdad.

(Ángel González, Nada grave, 2008)

Breves acotaciones para una biografía

Cuando tengas dinero regálame un anillo,
cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca,
cuando no sepas qué hacer vente conmigo
—pero luego no digas que no sabes lo que haces.

Haces haces de leña en las mañanas
y se te vuelven flores en los brazos.
Yo te sostengo asida por los pétalos,
como te muevas te arrancaré el aroma.

Pero ya te lo dije:
cuando quieras marcharte esta es la puerta:
se llama Ángel y conduce al llanto.

(Ángel González, Breves acotaciones para una biografía, 1969)

Paisaje con luces

Se veían las luces a través del hueco que dejaban libre las copas de los árboles. El frío era un perro lamiendo las manos de la intemperie cuando acercó su cuerpo al mío por la espalda. Los colores eran manchas, el calor era un silencio.

Se veían las luces a través del hueco mientras volaba su mano brújula en mi hombro. El mundo pronunció un tambaleo y la rosa de los vientos se posó en mi mejilla. Noté su calor extendiéndose por mi cara, cambiando el equilibrio de las cosas. Los colores se hicieron rayas y el reloj quiso quitarse los tacones para seguir andando de puntillas.

Se veían las luces a través del hueco y me habló al oído, como cuando el viento te susurra y se fuma tu cigarro. Me fue contando la perspectiva del pasado, el grosor de cada punto de brillo, la acuarela de reflejos de su corazón lejano. El calor se hizo un ovillo, los colores se evaporaron del paisaje y su voz me volvió a posar lentamente en el suelo.

«Ya puedes abrir los ojos», me dijo como un mordisco pausado, como una mano que se enreda entre los cabellos.

Y entonces, cuando abrí los ojos al paisaje, se veían las luces a través del hueco que dejaban libre las copas de sus pechos. Y yo era un perro lamiendo la intemperie de sus manos, y su espalda engulló mi cuerpo, y las manchas eran colores. Y el silencio se hizo calor.

Los formales y el frío

Quién iba a prever que el amor ese informal
se dedicara a ellos tan formales

mientras almorzaban por primera vez
ella muy lenta y él no tanto
y hablaban con sospechosa objetividad
de grandes temas en dos volúmenes
su sonrisa la de ella
era como un augurio o una fábula
su mirada la de él tomaba nota
de cómo eran sus ojos los de ella
pero sus palabras las de él
no se enteraban de esa dulce encuesta

como siempre o como casi siempre
la política condujo a la cultura
así que por la noche concurrieron al teatro
sin tocarse una uña o un ojal
ni siquiera una hebilla o una manga
y como a la salida hacía bastante frío
y ella no tenía medias
sólo sandalias por las que asomaban
unos dedos muy blancos e indefensos
fue preciso meterse en un boliche

y ya que el mozo demoraba tanto
ellos optaron por la confidencia
extra seca y sin hielo por favor
cuando llegaron a su casa la de ella
ya el frío estaba en sus labios los de él
de modo que ella fábula y augurio
le dio refugio y café instantáneos

una hora apenas de biografía y nostalgias
hasta que al fin sobrevino un silencio
como se sabe en estos casos es bravo
decir algo que realmente no sobre

él probó sólo falta que me quede a dormir
y ella probó por qué no te quedas
y él no me lo digas dos veces
y ella bueno por qué no te quedas
de manera que él se quedó en principio
a besar sin usura sus pies fríos los de ella
después ella besó sus labios los de él
que a esa altura ya no estaban tan fríos
y sucesivamente así
mientras los grandes temas
dormían el sueño que ellos no durmieron.

(Mario Benedetti, Poemas de otros, 1973—74)

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