Tendremos que vernos de otro modo, mirarnos en el agua de otro espejo, bailar la música de dentro antes que la de afuera, dejar de esperar en los andenes.

Tendremos que escucharnos más lentamente, respirar más hondo, salir a la calle que pasa por la puerta y dejar que nos lluevan y nos deslumbren otros cielos.

Tendremos que ir pidiendo al camarero que nos prepare otra ración de locura sinuosa para tomárnosla fría, como venganza contra este tiempo de tormentas y aguaceros.

Tendremos, en fin, que dejar de dibujar interiores y seguir poniendo ladrillos en hilera a las paredes de nuestra casa. Y abrir las ventanas para que resuene el eco del canto con que nuestros pájaros bendecirán alguna primavera.

Para no renunciar al entusiasmo

Soñar despiertos siempre
para que los insectos de la herrumbre nos permitan tejer sin telarañas
para ser el hervor la levadura
y no el cemento gris que repta por los muros
pan crujiente en el horno del sol del mediodía fruta madura vértigo
y nunca más sedientos de imposible
reconocernos en el barro de un parabrisas sucio
soñar despiertos siempre
olvidar el autobús cautivo de su ruta el maquinal semáforo los maniquíes ciegos
abandonar el dique seco de los formularios la astucia del burócrata destilando en la tinta su cianuro
dar la espalda sin miedo a cuanto esperan de nosotros aquellos que veneran dos tristes palmos de suelo bajo sus pies
porque es vasta la tierra y a nadie pertenece su clamor
como nadie puede calcular la trayectoria de una grieta en un témpano de hielo
pero ahí está
desafiando la maquinaria de los astros
fiel a su andadura irregular a la belleza
de lo que niega toda simetría soñar
como rasga el torrente la maleza felino por instinto
despreciando
la fría servidumbre de los surtidores el agua encadenada a geometría
soñar despiertos siempre
para no obedecer la ley del amo las consignas
de los ventrílocuos feroces acudir
al futuro que llama a nuestra puerta pidiendo realidad
porque podemos esculpir la vida verdadera
escuchar la llamada de los sueños para rendir la piedra a nuestro afán
abrir surco en las calles sembrándolas de estrellas y de pájaros
de alamedas de cisnes regueros de palomas corrientes submarinas
una extensión de labios que sonríen de juncos que se mecen de amazonas
soñar despiertos siempre
para no renunciar al entusiasmo
y que el hombre no olvide su vocación de nube el súbito
resplandor incendiando su mirada
alfarero del mundo comadrona
que asiste al parto de sus propios sueños.

(Eduardo García, La vida nueva, 2008)