Le crujen los huesos a la noche. La veo arrugarse poco a poco, volverse transparente y frágil, gemir como hospitales repletos.
Le duelen los huesos a la noche y los voy consolando con crema de palabras, con pastillas o con ungüentos de dudosa procedencia.
Le revientan los huesos a la noche, las lámparas ahogan el sarcasmo de la sombra que ya lo invade todo menos el grito, noche que respira el filo de las navajas queriendo llegar a un orgasmo que consiste en seguir latiendo, en parecer vivos.
Y cuando todo se calma y el silencio se hace un hueco en la almohada y cierro los manos inútiles del insomnio, respiro muy hondo, asumo la madurez de una lágrima, y me envuelvo en estas sábanas azules que no me tapan el espanto.