La vida es insomnio, que no sueño. Se equivocaba Calderón.

diciembre2024 (Página 2 de 4)

El amor es un perro

Una boca que no ladra, una lengua que besa. Como un niño diminuto que apareciese en el cuento debajo de una hoja, al hombre lo vuelve dócil y a la mujer la hace más tierna. Quienes lo tienen, parecen otros más jóvenes, menos mezquinos, más humanos y menos sujetos.

No necesita moverse, sólo ir mirando recovecos en la avenida. Mira sin decir nada y todos parecen entenderse. Se toca, se palpa, se suspira. El pecho se hincha y florece la paciencia.

Cambia las cosas de sitio sin que nadie proteste, anima a compartir rincones antes adquiridos en el sofá y todos le abren un espacio propio, un momento, un pensamiento, una caricia.

Y cuando lo sacas de paseo, el mundo se admira, la gente se para y la sonrisa se convierte en el gran signo mientras se mira al suelo. Sus necesidades son infinitas y extrañas, es cierto, pero todos las entienden y las facilitan.

A solas, más tarde, luego, en casa, todo paz. Caricias y mimos, tiempo devanado entre sus idas y sus venidas. Luego más paz, sueño sin ruido, cada quien lo duerme en su cama.

Y todas las mañanas trae en su lengua un rumor de café y claridad, un deseo de exhibición impúdica de sentimientos que empuja a sacarlo a la calle y a enseñarlo orgullosos.

El amor es un perro. Un perro que no ladra y que sólo muerde cuando se escapa. El amor es un perro muy perro, tan perro, que somos nosotros los que le ladramos antes de que venga y después de que se vaya.

Lo compruebo cuando me miro dentro del mar de los espejos y veo que todo está lleno de perros abandonados a su suerte, que es la nuestra.

Tiempo

Perro de mí, me arrojo de comer
olas de oro, cristales, esmeraldas humanas,
las ciudades que tiemblan más allá de estos
límites
estallan como el fósforo en los mares nocturnos,
rostros de amor más grandes que este amor
eléctricos se encienden se apagan adelante,
los navegantes de la sombra
hemos crecido hasta mil años de ganas de vivir,
moriremos pequeños y paciencia,
apenas aprendices del amor.

@(Juan Gelman, Velorio del solo, 1961)

Todo unos

A las once y once del once del once del once, todo son unos. Y cuando todo son unos… ¡qué soledad la de los otros! ¡Qué belleza inútil la de los calendarios!

Es un minuto cualquiera, sé que no significa nada. Pero no puedo evitar, ni quiero, notar los once besos que aún me quedan guardados, quién sabe contra quién, en el borde de estos labios crudos y, últimamente, exentos de sal.

Si alguna vez no hubieses existido…

Si alguna vez no hubieses existido,
si el calor de tus muslos no me hubiese
buscado como un látigo preciso
y mis ambigüedades electivas
—los días más oscuros de mí mismo—
no te hubiesen tenido como saldo
de afirmación o excusa,
es posible
que este volver a casa en soledad
y demasiado pronto,
me recordase ahora un poco menos
al joven que apostaba por el mundo,
con el mundo a su espalda.

Sólo el amor es duro.
Metidos en la noche, regresando
entre la potestad y la mentira,
hablamos del poder o de los sueños
al hablar del abrazo.
Y no lo sé tal vez, no sé si me recuerdo
prisionero de un cuerpo o libre junto a él,
buscando salvación o en servidumbre,
miserable y maldito, pero atónito.

Quizás sólo se trata de que no estás aquí,
de que perder es duro para todos
y el amor me hace falta, como sabes.
Quizás contigo estuve
tan demasiado cerca de tu reino,
que necesito ahora desmentirte,
utilizar los trucos que uno tiene
para poder seguir.

Porque somos así seguramente,
huellas equivocadas,
solitarias hogueras de un camino,
paraísos de cuatro habitaciones
que sólo se comprenden
después de haber firmado muchas veces,
precisamente ahí,
donde pone El viajero.

Y a mí, ya que prefiero escoger mis derrotas,
quiero que me recuerdes derrotado,
como quien algo espera
más allá de los tiempos y los hechos.
Quizás porque haga falta haberlo presagiado
o porque, en todo caso, nadie sabe
dónde acaban los sueños.

@(Luís García Montero)

Retrato

Ando buscando otra luz en la que bañarte,

acércate a la ventana, vamos, destensa el pasado,

pierde la vista en aquel horizonte.

Quieta, así, tranquila, quiero capturar

en el poema ese brillo que tienen tus ojos

cuando me dices lo que no me dices,

cuando después lo niegas todo.

Relaja las manos, como cuando acaricias,

desabróchate otro botón, deja que el corazón

se te adivine por el borde de la camisa,

humedécete los labios.

Quieta, así, gira un poco la esperanza

pero sin mover los hombros,

baila mientras te miro, detén el reloj y el escorzo,

sonríe como cuando iluminas las tardes,

muéstrame un poco más del cuello que espera un beso,

entorna la distancia para que no duela,

cruza un poco las piernas por debajo de la mesa,

déjame mirar más adentro.

Quieta, así, no te muevas, calma,

que quiero pintarte en un poema

y estoy buscando la mezcla de palabras

que rime con la textura de tu piel,

ando detrás del color que te imprime la risa

sobre un paisaje de otoño.

Eso es, eso, así, quieta.

Por favor, ahora no muevas el corazón,

déjame que te pinte así en este poema

como si me quisieras al leerlo,

como si al escribirlo te quisiera yo…

Si te fijas

Si te fijas, todo lo que somos lo puedes descomponer en palabras que quisieras escribir de otro modo. Te acordarás enseguida —porque la memoria es un animal salvaje acorralado por el tiempo— del abandono de los espacios en blanco, de los naufragios en los puntos suspensivos, del miedo a cambiar de renglón.

Si te fijas, de los aciertos y de las rimas no queda ni rastro, si acaso, un color indistinguible en la tinta, una luz avejentada e invisible sobre las páginas. En los errores está lo que somos, lo que hemos sido, lo que seremos. La huella que nos va esculpiendo, como desfile de hormigas por un papel inmaculado, consiste en los equívocos del corazón, en el espasmo que nos dejaron los contratiempos, en la llama del desamor que corría en pos de sombras, en el combustible inacabable del miedo.

Si hubiéramos hecho aquello que queríamos, si nos abarrotaran los aciertos y cada palabra estuviese bien escrita y en su sitio, viviríamos con el mundo en prosa, ahogados por las lágrimas que no tuvimos oportunidad de derramar.

Pero yo quiero estar en verso, reconocer mis propios errores y después volver a cometerlos, abrir cajas de pandora envueltas en ojos tiernos, amueblar una habitación en el infierno y salir corriendo cuando ya no pueda pagar el alquiler.

Si te fijas, los errores cometidos que buscaban ser aciertos, las flechas que no dieron en el blanco, las notas desafinadas en la partitura, son la única razón por la que sabemos si estamos queriendo o no.

Si te fijas en cuánto me equivoco deseando acertar y ser acertado, sabrás cuánto te equivocas tú no creyendo que nos amamos como hay que amarse, incrédulamente, sin esperanza.

Perdónenme las palabras

Entre palabra y palabra, entre nota y nota, siempre hay un silencio. El silencio es parte del mensaje, es la parte del mensaje en donde se pone el latido que falta, el espacio que aguarda relleno, el humo que queda por henchir.

La melodía va cambiando y ejerce una especial atracción para los sentidos. Se agria o se endulza, melosamente se restriega sobre el pentagrama de las horas hasta llegar a la niebla.

El ritmo es más insistente, más constante, la invariable del deseo que pulsa cuatro veces cada piel en un sólo compás. Y la armonía es un sueño que, si bien no es silencio, al menos nunca hace ruido.

Pero el silencio es donde se planta la raíz del mensaje siguiente, por donde crece el tronco que queda por abrazar; el silencio es el preludio del porvenir que uno no termina de creer que viene. El silencio nunca está completamente vacío.

Entre beso y beso, entre mano y piel, entre parpadeos de ojos contrarios que se buscan y se esperan, siempre hay un silencio, un silencio lleno del aire que se necesita para insistir. Un silencio de lágrimas rotas o de risas escanciadas en aquellos labios nacidos del sueño. Un silencio como vómito atascado, como ansiedad contenida, como párrafo por el que comenzar el relato de otra vida.

Cuando la piel se traspasa con un roce eléctrico, cuando la memoria rebota cansinamente sobre el mismo pensamiento, cuando el corazón gime goteras, el silencio es esa extraña frontera que nos une y nos separa.

El silencio es, sencillamente, el anuncio de las siguientes palabras que necesitamos proferir. Y esas palabras incandescentes que nos arden en el ahora esperando un luego, tú y yo ya la sabemos pronunciar. Nos las hemos dicho tantas veces, tantas, muchas. Pero todas las veces son pocas y hay que decirlas mucho más.

Y ustedes que acaban de ver pasar mis silencios sobre el éter, perdónenme las palabras. Pero es que yo sólo construyo silencios para echarlos abajo después, demasiado tarde, más allá.

Pido silencio

Ahora me dejen tranquilo.
Ahora se acostumbren sin mí.

Yo voy a cerrar los ojos.

Y sólo quiero cinco cosas,
cinco raíces preferidas.

Una es el amor sin fin.

Lo segundo es ver el otoño.
No puedo ser sin que las hojas
vuelen y vuelvan a la tierra.

Lo tercero es el grave invierno,
la lluvia que amé, la caricia
del fuego en el frío silvestre.

En cuarto lugar el verano
redondo como una sandía.

La quinta cosa son tus ojos,
Matilde mía, bienamada,
no quiero dormir sin tus ojos,
no quiero ser sin que me mires:
yo cambio la primavera
por que tú me sigas mirando.

Amigos, eso es cuanto quiero.
Es casi nada y casi todo.

Ahora si quieren se vayan.

He vivido tanto que un día
tendrán que olvidarme por fuerza,
borrándome de la pizarra:
mi corazón fue interminable.

Pero porque pido silencio
no crean que voy a morirme:
me pasa todo lo contrario:
sucede que voy a vivirme.

Sucede que soy y que sigo.

No será, pues, sino que adentro
de mi crecerán cereales,
primero los granos que rompen
la tierra para ver la luz,
pero la madre tierra es oscura:
y dentro de mí soy oscuro:
soy como un pozo en cuyas aguas
la noche deja sus estrellas
y sigue sola por el campo.

Se trata de que tanto he vivido que
quiero vivir otro tanto.

Nunca me sentí tan sonoro,
nunca he tenido tantos besos.

Ahora, como siempre, es temprano.
Vuela la luz con sus abejas.

Déjenme solo con el día.
Pido permiso para nacer.

@(Pablo Neruda, Estravagario, 1957—58)

Calatontos

Hay que cansarse de ver la vida como si fuese el cine para empezar a ver el cine como si fuese la vida, la misma vida que pasa por delante de los ojos y se estremece al tacto y suena al fondo como un ruido inacabable.

Hay que cansarse de ver la vida como si fuese el cine, dejar de buscar el gran diálogo, no empeñarse en la palabra perfecta, olvidar los primeros planos y sentirse, sencillamente, parte del paisaje de los otros.

Cambiar el guion es una simple cuestión de forma, hay que dejarse de encuadres exactos y ponerse a devenir en cada secuencia como uno es, sin maquillaje, sin armadura, sin contorsionar el espíritu y permitir que se salga del centro de gravedad de una vida para rellenarla a lo ancho y a lo estrecho.

Pasamos, como en una secuencia improvisada, del estrellato al documental, en cuanto nos quitamos los zapatos y nuestros huesos van a parar al sofá con un golpe sordo que nadie escucha. Hay que despojarse del atrezo, simplificar el vestuario y vivir cada escena única como si no existiese nadie más, como si el resto de los actores no acudieran a su cita puntual del teléfono.

Otro año más, otro viaje al centro del escenario. Aquí dejo otro nuevo paso de puntillas por la pantalla, otra breve conversación intrascendente que se convierte en el centro del laberinto.

Cuando yo le dije, apenas fumado y mojado, que había sitios en donde se llamaba orbayu, ella me dijo despreocupadamente que aquí siempre se había llamado calatontos.

Tenía razón, toda la razón, porque sólo los tontos nos calamos. Y aunque ambos nos referíamos a ese agua dispersa que cae mansamente y sin alboroto sobre los bordes del otoño, ahora sé que estábamos hablando esa forma tímida e insulsa de la tristeza que, allí y aquí, todos llamamos música, cine, melancolía o soledad.

Invocación

Que no crezca jamás en mis entrañas
esa calma aparente llamada escepticismo.
Huya yo del resabio,
del cinismo,
de la imparcialidad de hombros encogidos.
Crea yo siempre en la vida
crea yo siempre
en las mil infinitas posibilidades.
Engáñenme los cantos de sirenas
tenga mi alma siempre un pellizco de ingenua.
Que nunca se parezca mi epidermis
a la piel de un paquidermo inconmovible,
helado.
Llore yo todavía
por sueños imposibles
por amores prohibidos
por fantasías de niña hechas añicos.
Huya yo del realismo encorsetado.
Consérvense en mis labios las canciones,
muchas y muy ruidosas y con muchos acordes.

Por si vinieran tiempos de silencio.

@(Raquel Lanseros, Diario de un destello, 2006)

Ando preocupado

Últimamente ando preocupado por los resúmenes, por los estudios y los exámenes.

Suspendo continuamente y, sin embargo, no me siento equivocado. Temo que en el fondo, no me importa la nota y estoy casi seguro de que tampoco me preocupa saber si he aprendido.

Los temas de ayer no son los de hoy, no serán los de mañana. ¿Para qué tanto aprender si lo que siempre necesitamos es saber precisamente lo que no sabemos?

No caerán en el examen las mismas preguntas con los mismos datos, las teorías habrán cambiado de órbita y el tribunal que me corrija aun no sabe lo que me va a preguntar.

Por eso me acusan de alterar a mi favor los resúmenes de la vida, me echan en cara sentirme vivo en lugar de estudiar el pasado y lo que hubiera podido pasar. Por eso, y porque soy torpe, suspendo la conciencia y su examen.

Si mi resumen pudiera enseñarse sin dobleces para alcanzar un sobresaliente, si estudiase más atentamente, si sacara buenas notas en el examen, quizás andaría tan preocupado como ahora.

Y es que también me han dicho que la felicidad es un susurro y, aunque lo estoy estudiando, ando preocupado por mi pérdida de oído. Porque es cierto que ando preocupado, muy preocupado. Estoy muy preocupado, pero ando.

Por eso cada vez me gusta más ir andando por lugares sin ruido, por personas que no vociferen, por tiempos no cronometrados, para intentar escuchar ese susurro tan escurridizo.

Y si no llego, si no me llevo la medalla, si no está mi nombre escrito en el diploma, pues repetiré las equivocaciones, tropezaré en la misma piedra, me revolcarán de nuevo las olas.

Sólo espero que entonces haya alguien que me diga por tu voz, con o sin susurro: dame la mano y levántate.

Si te revuelca la ola…

a Sandra Suter
que se quedó nadando

Si te revuelca la ola
procura que sea joven,
esbelta, ardiente,

te dejará molido el cuerpo
y el corazón más grande;

cuídate de las olas
retóricas y viejas,
de las olas con prisa,

y la peor de todas,
de la ola asesina,

la ola que regresa.

@(Fabio Morábito)

Queda un año

Exactamente dentro de un año, en un minuto como éste, todo estará resuelto.

Es el plazo, el último plazo que me dan los planetas. Sé que todo lo que ahora me preocupa se habrá olvidado o, al menos, estará en un rincón secundario de la infidelidad de mi memoria.

Entonces empezarán otros problemas, otras cuitas, otras miserias. Miraré alrededor para saber quien está conmigo, quien me llama o a quienes echo de menos.

Será un hermoso final convertido en principio, la necesaria renovación de las inquietudes y las esperanzas. Y hablando de esperanzas, también entonces te espero.

Y si no, si todo continua lo mismo, si me sigue preocupando todo lo que ahora me preocupa, no pasa nada, la vida no se para. Lo que sí prometo es que, entonces, dejaré de dar la lata y borraré todas la palabras que aquí tengo escritas.

Sí, justo en este instante que escribo, empieza el último año de esta vida. Es la hora.

La hora

Cada minuto de este oro
¿no es toda la eternidad?

El aire puro lo mece
sin prisa, como si ya
fuera todo el oro que
tuviera que acompasar.

(¡Ramas últimas, divinas,
inmateriales, en paz;
ondas del mar infinito
de una tarde sin pasar!)

Cada minuto de este oro
¿no es un latido inmortal
de mi corazón radiante
por toda la eternidad?

@(Juan Ramón Jiménez, Canción, 1936)

La postura del vocabulario

Hay palabras que se miran y hay palabras que se huelen. Palabras que tienen varios sentidos, palabras que señalan en diversas direcciones.

También hay palabras que se palpan. Otras duelen, otras ríen, otras lloran. Y hay palabras, incluso, que se escuchan, simplemente, como si el viento se frotase contra las hojas.

He descubierto recientemente, aunque tal vez sólo era una infidelidad de mi memoria, que hay palabras horizontales, verticales y oblicuas. Que hay palabras sinuosas y directas, que hay palabras planas y curvas. Que los vocabularios cambian con la postura, que el mensaje se entiende mejor con la posición a favor.

Las mismas palabras que tantas veces le he oído, una vez pude sentirlas horizontales. Pero, y esto es lo verdaderamente importante, desde entonces, cada vez que las escucho, finas y lejanas, gruesas y al oído, cada vez que me las trae un flujo de viento, la corriente continua de la bioquímica o del silicio, todo lo que soy se vuelve apaisado durante un instante, ese instante en que el presente y el horizonte se enredan en equilibrio.

Y por eso manifiesto que tengo la intención recursiva de cambiar a horizontal la postura de mi vocabulario cada vez que nos encontremos en cualquier realidad vertical, oblicua o con forma de muelle. Porque estoy seguro de que la postura de nuestra palabra, siempre es la misma que la del corazón que nos escucha.

Aridandantemente

Sigo
solo me sigo
y en otro absorto otro beodo lodo baldío
por neuroyertos rumbos horas opio desfondes
me persigo
junto a tan tantas otras bellas concas corolas erolocas
entre fugaces muertes sin memoria
y a tantos otros otros grasos ceros costrudos que me opan
mientras sigo y me sigo
y me recontrasigo
de un extremo a otro estero
aridandantemente
sin estar ya conmigo ni ser un otro otro

@(Oliverio Girondo, En la másmedula, 1956)

Aniversario

Doscientos treinta y seis capítulos después, el insomnio no es el mismo. Ha crecido, ha cambiado, se ha hecho menos tierno y más ambiguo.

Doscientos comentarios después, no hay pastillas para el insomnio ajeno.

No obstante, queda un año. Y aunque debería celebrar el día de hoy como se merece, es decir, escribiendo, creo que voy a seguir celebrando el día de ayer como se merece también: es decir, soñando, porque el sueño de la memoria es la memoria del sueño.

Y aunque para Punset la felicidad es cosa de tres, yo no estoy seguro del número necesario. De lo que sí tengo constancia es del sueño y de la memoria, de que esa felicidad dura por dentro seis segundos y por fuera, como mucho, media hora.

La vida no espera, no para y no avisa… Pues, entonces, sigamos como hay que seguir: incrédulamente, sin esperanza…

Un amor imposible

Un amor imposible es el más feliz de los amores.
O puede serlo.
Basta que creas que es posible un amor imposible
y esto hará la felicidad del amor imposible.
Puede que seas el amor imposible de tu amor imposible.
Pero esto es un milagro.

A estas alturas rodando
literalmente rodando
asumo mi destino,
araño cielos, tiento paraísos,
busco la clave que me traspase,
sin buscarla la busco,
la llave es un torso, un gesto,
la sonrisa de un amor imposible
o de otro amor imposible.
Los amores imposibles
—es tan evidente que siempre lo olvido—
son partes de ese mundo imposible
que es mi mundo verdadero.

@(Darío Jaramillo, Libros de poemas, 2001)

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